“El respeto no lo entendemos como sumisión, sino como ejercicio permanente de comunicación y construcción de acuerdos”… Profr. José Luis Briones Briseño
Nací, crecí y obtuve conciencia de lo que era ser un maestro desde el interior de mi familia, crecí entre exámenes y cuadernos que revisar, estuve en una escuela esperando a que mi padre terminara sus trabajos, sufrí de carencias porque mi padre tuvo que esforzarse a pagar sus estudios de profesionalización como hasta ahora lo hacemos millones a lo largo y ancho del país.
Aprendí que ser maestro no es solo seguir un programa, es escuchar y orientar a un niño, a una familia; aprendí que en muchas ocasiones había que poner de mi bolsa si quería que todos los niños fueran a la excursión o al museo; aprendí que no hay mayor pago que una carta en donde las palabras devuelven las ilusiones que has aprendido a construir, en donde has enseñado que el contexto en el que están envueltos más de la mitad de los mexicanos, no es un obstáculo para salir adelante.
Nací en un tiempo en el que ser maestro era una distinción, resultaba enormemente loable y reconocible por la sociedad, los medios de comunicación y por aquellos responsables de las políticas públicas en los diferentes niveles de gobierno.
Aprendí que soy parte de una profesión en la que por décadas soñó y construyó el Sistema Educativo Nacional que actualmente tenemos, un espacio en el que hace apenas un par de décadas empezó a ser invadido por políticos que vieron en la educación un nicho para obtener recursos, puestos y dádivas importando poco los aprendizajes, sino cuanto pudiera brillar y hacer brillar con el puesto a quien se le debe el favor.
Hoy en día la carrera y la profesión se encuentran mancilladas por la perspicaz insistencia de medios de comunicación que son la punta de lanza de quienes ven en la educación solamente un negocio, que se encuentra vagamente definida por el ojo obtuso de una autoridad educativa que confunde la calidad con la simple evaluación, que no tiene idea que la calidad de la educación inicia por el aspecto pedagógico, que dicha calidad parte de nuevos planes de estudio que ha sido incapaz de siquiera proponer y que, según se puede apreciar, no existe un corto plazo en el cual pueda aspirar a entender.
Se piensa que enseñar es sólo transmitir lo que viene en un programa, que ser maestro se reduce al conocimiento de una operación aritmética, el nombre de una capital, un fenómeno químico o encontrar la sílaba tónica, en donde poco importa la formación psicológica, social, pedagógica, y en donde las mejores calificaciones se están orientando a que sean el simple resultado de un examen, un modelo que hace treinta años ya se vivió en los estados Unidos y que no solamente no fue positivo, sino que significó un retroceso en el resultado para con las niñas y los niños.
Existe un desprecio por la profesión docente que me apena reconocer, una carrera que hoy en día es, por decir lo menos, sustituible e intercambiable, enmarcado en un exagerado e innecesario uso de la evaluación como fin y no como medio para el logro de la calidad.
Al igual que casi dos millones de maestros en México, soy un profesional de la educación porque para ello estudié y me preparé, soy capaz de enseñar y de ver en cada estudiante el potencial que tiene para lograr su máximo desarrollo, más allá de lo que dicte un programa; me enfada el clima de tensión y amenazas que se ha creado por una política intermitente por parte del titular de la Secretaría de Educación Pública que, en tanto no entienda la necesidad de diálogo, respeto a las garantías constitucionales y que la construcción del México de hoy, es producto del diálogo de saberes de quien sabe, que somos los maestros y de quien dirige, en un espacio en el que no se ha escuchado la voz del actor principal de la educación… Sus Maestras y sus Maestros…
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