Salir de la zona de confort: una necesidad para quienes asumen la dirección escolar

Asumir una responsabilidad directiva en un centro educativo exige más que conocimientos técnicos o dominio normativo; demanda una profunda transformación personal que inicia por atreverse a salir de la zona de confort. La dirección escolar no puede ejercerse desde un espacio donde predomina la comodidad, el miedo a equivocarse o el apego a rutinas inamovibles. Quienes lideran una comunidad educativa deben tener la capacidad de enfrentar sus propios temores, desafiar inercias institucionales, y atreverse a dar el primer paso hacia escenarios donde no todo está bajo control, pero sí lleno de posibilidades.

Al iniciar este proceso, es natural que surjan inseguridades o dudas sobre la propia capacidad para resolver desafíos. No obstante, es precisamente atravesando esa etapa donde se fortalece la capacidad de aprendizaje. Una persona que dirige y reconoce que necesita adquirir nuevas herramientas, aprende de sus errores y se abre a otras miradas, está dando pasos firmes hacia el fortalecimiento de su liderazgo. Extender el propio campo de acción, incorporar conocimientos nuevos y superar retos cotidianos no solo fortalece a la figura directiva, sino que envía un mensaje poderoso al equipo docente: en esta escuela, aprender también es una actitud del liderazgo.

Las y los directores que transitan con determinación hacia zonas de aprendizaje y crecimiento no solo se transforman a sí mismos; también influyen positivamente en el ambiente laboral. Se vuelve posible establecer metas más ambiciosas, compartir visiones inspiradoras, y promover un entorno donde cada integrante del equipo se siente impulsado a avanzar. Con ello, mejora la colaboración entre pares, se robustece el sentido de pertenencia y se favorece un ambiente donde el trabajo colectivo resulta más fluido, propositivo y comprometido.

Cuando el liderazgo escolar se atreve a desafiar sus propias rutinas, cuando se permite decir “sí” a nuevas oportunidades y cuando convoca desde la experiencia a otros a hacer lo mismo, se activa un círculo virtuoso. La comunidad escolar se dinamiza, el acompañamiento pedagógico gana profundidad y las condiciones para que niñas, niños y adolescentes vivan experiencias significativas de aprendizaje se multiplican.

El ejercicio directivo requiere valentía, humildad y apertura para reinventarse. Salir de la zona de confort no es una opción, es una responsabilidad ética frente a quienes confían en el trabajo que se realiza desde las escuelas. Porque dirigir no es solo administrar una institución, es inspirar con el ejemplo el camino hacia un proyecto común.

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