En el mundo escolar, quienes ocupan una función directiva suelen ser vistos como referentes de autoridad, toma de decisiones y dirección de los procesos escolares. Sin embargo, pocas veces se reconoce que quienes lideran también experimentan momentos de duda, de desgaste emocional y, sobre todo, de profunda soledad. Tal como lo plantea Navarro (2011), el cuidado de quien dirige pasa por aceptar su propia vulnerabilidad y transformar esa vivencia en sabiduría para la acción.
Aceptar la vulnerabilidad no significa debilidad, sino reconocer la propia humanidad. Implica asumir que liderar también conlleva tensiones internas, inseguridades y momentos en los que se hace necesario detenerse, mirar hacia adentro, y reconstruirse desde la serenidad. Esta consciencia emocional favorece no solo la salud mental del directivo, sino que también impacta en su forma de relacionarse con el colectivo docente, con madres y padres de familia, y con el estudiantado.
Desde esta perspectiva, cuidar del propio equilibrio emocional es parte esencial del fortalecimiento del trabajo directivo. Un liderazgo que se reconoce humano, que valida sus emociones y que se permite compartir cargas con su equipo, propicia un entorno laboral más cercano, respetuoso y confiable. Esto, a su vez, contribuye a la mejora del clima escolar, lo que tiene efectos positivos directos en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Es indispensable comprender que también el bienestar del directivo es una prioridad. Porque solo quien se cuida puede cuidar de otros, y solo quien se da permiso de sentir puede acompañar con sensibilidad los procesos complejos de una comunidad educativa.
Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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