En el ámbito educativo, ejercer la función directiva no siempre se manifiesta a través de cargos, reconocimientos o títulos visibles. Existen formas discretas y profundas de liderazgo que se reflejan en la manera de actuar, en el trato con los demás y en la capacidad de generar confianza. Quienes asumen la dirección escolar saben que, más allá de los procedimientos formales, su labor se define en el día a día por conductas y actitudes que impactan directamente en la convivencia escolar, en el ambiente de trabajo y, en consecuencia, en los aprendizajes de niñas, niños y adolescentes.
Dar el primer paso cuando es necesario, sin esperar instrucciones, muestra iniciativa y responsabilidad frente a las necesidades de la comunidad educativa. Este comportamiento inspira a otros a actuar con compromiso, fortaleciendo así el trabajo colaborativo. De igual manera, influir en los demás mediante el ejemplo resulta mucho más poderoso que hacerlo a través de palabras o imposiciones. El liderazgo auténtico se gana porque las personas respetan y reconocen a quien conduce con congruencia, no porque se vean obligadas a seguirlo.
La comunicación empática también se vuelve un pilar fundamental. Escuchar con atención, hablar con respeto y conectar con las personas más allá de lo superficial favorece el fortalecimiento del clima escolar y la construcción de relaciones sanas. En ese mismo sentido, mantener la serenidad en momentos de presión contribuye a que la escuela se sostenga sobre bases firmes, evitando que las emociones desbordadas afecten al grupo y ofreciendo un modelo de autocontrol a toda la comunidad.
Reconocer los logros de los demás, en lugar de centrar la mirada en los errores, enriquece la confianza mutua. Cuando algo resulta bien, resaltar el esfuerzo colectivo genera motivación y sentido de pertenencia; cuando surgen dificultades, asumir la responsabilidad permite avanzar en lugar de estancarse en la búsqueda de culpables. Esto no solo mejora las relaciones laborales, sino que abre el camino para una convivencia más armónica.
El liderazgo directivo se fortalece también con la capacidad de aprender y adaptarse de manera permanente. Reflexionar sobre la práctica, cuestionarse y estar dispuesto a mejorar cada día son actitudes que enriquecen no solo a quien dirige, sino a toda la institución. Finalmente, ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace construye confianza. Cuando las palabras encuentran respaldo en las acciones, las personas saben qué esperar, y esa consistencia se convierte en una base firme para el fortalecimiento del trabajo directivo.
Todas estas señales, aunque muchas veces pasan inadvertidas, son las que realmente sostienen la mejora del clima escolar, fortalecen la colaboración entre docentes y directivos, y construyen un entorno donde los aprendizajes de niñas, niños y adolescentes pueden florecer con mayor plenitud.
Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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