Pantallas y desobediencia

El tiempo excesivo frente a pantallas en la infancia puede alterar la capacidad de atención, el desarrollo emocional y las habilidades de interacción social, comprometiendo el aprendizaje escolar. Sigman, A. (2012)

Un elemento por demás perceptible en los centros educativos es que la conducta de las niñas, niños y adolescentes se ha hecho más complicada, generando con ello dificultades adicionales para el desarrollo de los procesos de enseñanza y de aprendizaje.

En los centros educativos de hoy, el trabajo que realizan maestras y maestros va mucho más allá de enseñar a leer, escribir o resolver operaciones matemáticas. Cada día, los equipos escolares enfrentan desafíos cada vez más complejos para garantizar que niñas, niños y adolescentes aprendan de forma integral, en contextos marcados por cambios sociales, culturales y tecnológicos vertiginosos. Sin embargo, muchas de estas acciones cotidianas que se realizan dentro de las aulas suelen pasar desapercibidas para la sociedad, especialmente cuando se trata de prevenir o atender problemáticas que surgen fuera del ámbito escolar pero que afectan directamente los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Un ejemplo claro de ello se relaciona con los efectos que el uso excesivo de pantallas puede tener en la conducta y en el desarrollo socioemocional de niñas y niños. De acuerdo con un estudio reciente realizado por la Dra. Tori Lynn Traxler, investigadora de la Universidad de Carolina del Norte, se identificó una correlación preocupante entre el tiempo de exposición a dispositivos electrónicos y la manifestación de comportamientos como el retraimiento, la desobediencia o las conductas agresivas. El análisis, que incluyó a más de 12,000 niños en edad preescolar, sugiere que quienes pasan más de dos horas al día frente a una pantalla presentan un mayor riesgo de desarrollar problemas de conducta y dificultades para relacionarse con otros niños o para seguir instrucciones .

En las escuelas, esta realidad se vuelve palpable. Docentes y directivos observan con frecuencia cómo algunos estudiantes muestran menor tolerancia a la frustración, escasa atención sostenida, impulsividad y dificultades para convivir. Estos comportamientos no surgen en el aula, pero sí se expresan ahí. Y es en ese mismo entorno donde el personal escolar, con conocimiento, experiencia y sensibilidad, despliega estrategias pedagógicas que permiten canalizar estas conductas hacia aprendizajes significativos y constructivos. No se trata simplemente de disciplinar o contener: se trata de entender las causas, crear vínculos afectivos, establecer rutinas claras y diseñar experiencias de aprendizaje que favorezcan el desarrollo emocional y cognitivo de cada estudiante.

Este tipo de situaciones requiere de una profunda preparación docente. Es aquí donde cobra sentido la formación continua, el dominio de enfoques pedagógicos actualizados y la capacidad de leer el contexto para aplicar en el momento preciso las herramientas más adecuadas. Por eso, no se puede subestimar el valor del trabajo docente y directivo. Se necesita de profesionales comprometidos que no solo conozcan el currículo, sino que comprendan a fondo las necesidades de su comunidad escolar.

Frente a este panorama, es indispensable que madres, padres, cuidadores y sociedad en general reconozcan la complejidad del entorno educativo. Las pantallas, los dispositivos móviles y la hiperconectividad son parte de la vida cotidiana, pero no pueden sustituir la interacción humana, la contención emocional ni las dinámicas de juego y exploración que son fundamentales en la infancia. El trabajo que se hace en las escuelas es un esfuerzo colectivo por recuperar esos espacios, fomentar la convivencia, cultivar el pensamiento crítico y acompañar el desarrollo integral de las nuevas generaciones.

Revalorizar la labor educativa implica también confiar en el criterio profesional de quienes están al frente de los centros escolares, abrir espacios de diálogo entre familia y escuela, y construir puentes de corresponsabilidad. Solo así podremos transformar esa visión limitada de la escuela como un lugar donde “solo se enseña”, para reconocerla como un espacio de construcción social, de cuidado y de desarrollo humano. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com

De los parques a las pantallas

La soledad no es la ausencia de compañía, sino la incapacidad de sentir que somos vistos»— Johann Hari

La rápida integración de dispositivos tecnológicos en la vida cotidiana ha transformado no solo la forma en que nos comunicamos, sino también los cimientos de nuestra convivencia. Tabletas, teléfonos móviles y consolas de videojuegos, herramientas diseñadas para conectar, han terminado por fisurar —paradójicamente— los lazos más esenciales. Las interacciones familiares, antes tejidas en conversaciones alrededor de una mesa o en juegos al aire libre, hoy compiten con pantallas que absorben la atención de niñas, niños y adolescentes. Los parques, otrora espacios de risas y carreras, se han convertido en testigos mudos de una ausencia que duele: la infancia y la adolescencia se repliegan hacia mundos virtuales, mientras la soledad y la introversión se instalan como compañeras silenciosas. La pandemia no hizo más que acelerar este proceso, confinando cuerpos y mentes a habitaciones iluminadas por el resplandor azulado de las pantallas, donde el movimiento físico se redujo y el diálogo se fragmentó en mensajes efímeros.

Esta realidad plantea preguntas incómodas pero urgentes. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar como sociedad por la comodidad que ofrecen estas tecnologías? La obesidad infantil, el aislamiento emocional y la pérdida de habilidades sociales básicas no son meros efectos colaterales, sino síntomas de un desequilibrio profundo. ¿Hemos normalizado que un «me gusta» sustituya una sonrisa compartida, o que un emoji reemplace un abrazo? La tecnología, en su innegable utilidad, ha desdibujado los límites entre lo virtual y lo real, dejando a muchas infancias atrapadas en una burbuja donde la empatía se ejerce a través de un teclado y la autoestima se mide en seguidores.

Ante esto, cabe preguntarnos si estamos construyendo entornos que prioricen el bienestar integral de las nuevas generaciones. ¿Cómo reimaginar los espacios públicos para que vuelvan a ser imanes de juego y socialización? ¿Qué papel deben asumir las familias, las escuelas y los gobiernos para equilibrar el uso de la tecnología sin demonizarla? No se trata de rechazar los avances, sino de rescatar lo humano en medio del ruido digital. La pandemia nos enseñó que la adaptación es posible, pero también reveló nuestra vulnerabilidad ante la desconexión. ¿Seremos capaces de fomentar una cultura donde la tecnología complemente, en lugar de suplantar, las interacciones que nos definen como seres sociales?

El desafío es colectivo. Mientras las calles y parques esperan a ser repoblados de vida, queda en nuestras manos decidir si permitiremos que las pantallas sigan dictando el ritmo de nuestras relaciones o si, por el contrario, recuperaremos el arte de mirarnos a los ojos, de correr bajo el sol y de construir memorias que no dependan de una batería. La infancia no es un ensayo; cada risa ahogada en el silencio de una habitación es una oportunidad perdida. ¿Estamos listos para actuar antes de que el eco de esas risas se vuelva irreconocible? Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com