Dirección para el futuro

En el ejercicio de la función directiva dentro de los centros escolares, uno de los desafíos más constantes es el equilibrio entre atender lo inmediato y, al mismo tiempo, mantener la mirada puesta en aquello que aún no ha ocurrido, pero que es deseable construir. En este sentido, resulta sumamente reveladora la afirmación de Ronald Heifetz, quien expresa que “el liderazgo es una conversación constante entre el presente y el futuro”. Esta idea nos invita a comprender que liderar no se trata solo de resolver los problemas del día a día, sino también de proyectar, imaginar y construir escenarios que favorezcan el bienestar integral de nuestras comunidades escolares.

Cuando una persona directora asume su rol desde esta conciencia, es capaz de propiciar condiciones para el fortalecimiento del trabajo colaborativo entre docentes, personal administrativo, estudiantes y familias. De esta forma, se genera una sinergia que no solo permite atender con mayor sensibilidad y acierto los desafíos cotidianos, sino que también allana el camino hacia transformaciones más profundas y sostenidas. El liderazgo entendido así, como un diálogo entre lo que se es y lo que se aspira a ser, permite avanzar hacia la mejora del clima escolar, la construcción de relaciones laborales más sanas y respetuosas, y, en consecuencia, la creación de ambientes de aprendizaje mucho más favorables para niñas, niños y adolescentes.

Quienes ocupan cargos directivos deben recordar que su labor tiene una dimensión ética, pedagógica y humana que impacta directamente en la manera en que se vive la escuela. Dirigir una institución educativa no es solo una tarea técnica, sino una responsabilidad profundamente vinculada con la esperanza. Una esperanza que se encarna en cada estrategia de acompañamiento docente, en cada espacio de escucha a las y los estudiantes, en cada esfuerzo por construir una comunidad que sepa convivir, aprender y crecer junta.

Por ello, este llamado a mantener abierta la conversación entre el presente y el futuro no es menor. Es una invitación a reflexionar, a repensar y a actuar desde la convicción de que la escuela puede ser un espacio de transformación social si quienes la dirigen asumen con claridad y compromiso su papel como promotores de un horizonte más justo, más humano y más pleno para todas y todos.

Hacia una ética de la tecnología

«La esencia de la tecnología no es algo tecnológico”-Martin Heidegger

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha buscado respuestas a las preguntas más trascendentales: ¿cuál es el propósito de nuestra existencia? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Estas inquietudes, que solían ser el dominio de filósofos y pensadores, adquieren hoy un matiz adicional con la acelerada evolución tecnológica que marca nuestra era. En un mundo donde los avances en campos tan diversos como la medicina, la mecatrónica, la robótica y la educación transforman y reconfiguran nuestra cotidianidad a un ritmo vertiginoso, emerge una urgencia aún mayor de reflexionar sobre el lugar que ocupamos en este vasto panorama.

El torbellino tecnológico no es sólo una muestra del ingenio humano, sino también un espejo que refleja nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Cada innovación, por más impresionante que sea, trae consigo una serie de dilemas éticos que requieren una mirada profunda y consciente. ¿Estamos creando tecnologías que realmente sirvan al bienestar humano, o nos encontramos en una carrera desenfrenada hacia un progreso sin dirección definida? ¿Es la tecnología una herramienta al servicio del ser humano o, por el contrario, nos estamos convirtiendo en servidores de nuestras propias creaciones?

La clave para abordar estas cuestiones yace en la ética. Una ética que, lejos de ser un conjunto rígido de normas, debe ser entendida como una brújula que oriente nuestra travesía tecnológica. Esta brújula nos invita a recordar que, más allá de los logros y las maravillas de la ciencia, el centro debe ser siempre el ser humano, con sus anhelos, sus temores, sus esperanzas y sus valores. De esta manera, cada avance, cada descubrimiento y cada innovación, en vez de alienarnos, tiene el potencial de enriquecer nuestra experiencia humana, de profundizar nuestro entendimiento del mundo y de fortalecer nuestro lazo con él.

En esta coyuntura, es esencial que como sociedad tomemos un momento para reflexionar, para cuestionarnos, para dialogar. Debemos preguntarnos no sólo «¿qué podemos hacer?» sino, más importante aún, «¿qué deberíamos hacer?». Porque en ese «deberíamos» se halla la esencia de nuestra humanidad, el reconocimiento de nuestra responsabilidad y el deseo de construir un futuro en el que la tecnología, guiada por una ética sólida, sea verdaderamente al servicio de la razón y del corazón humanos.