Pantallas y receso escolar

«Una infancia marcada por el exceso de pantallas no es neutral: limita el juego espontáneo, reduce la interacción cara a cara y empobrece las experiencias sensoriales necesarias para el desarrollo integral.» Aric Sigman, 2012.

Estamos en el receso de clases, una temporada esperada por millones de niñas, niños y adolescentes que, tras varios meses de actividades escolares, finalmente cuentan con tiempo libre para descansar, jugar y convivir. Sin embargo, este periodo que podría convertirse en una valiosa oportunidad para fortalecer vínculos familiares, explorar nuevas experiencias y fomentar aprendizajes alternativos, corre el riesgo de ser desperdiciado si se cae en la práctica común —y peligrosa— de “entretener” a los menores con dispositivos móviles para que “no den problemas”. 

Es cada vez más frecuente que, ante la falta de tiempo o recursos, se recurra a los celulares, tabletas y videojuegos como una especie de “niñera digital”, sin medir las consecuencias que esto puede traer para su desarrollo integral. Dejar a las infancias y adolescencias a merced de las pantallas, sin acompañamiento ni límites, no solo representa una renuncia a la responsabilidad adulta de educar, sino que también perpetúa una forma de abandono silencioso, que normaliza la dependencia digital y mina la salud mental, emocional y social de quienes más necesitan guía y contención.

La vida contemporánea está marcada por la omnipresencia de las pantallas. Hoy, niñas, niños y adolescentes conviven más con los dispositivos que con otros seres humanos. El celular ha dejado de ser solo un medio de comunicación para convertirse en una extensión del cuerpo y de la mente. Pese a que muchos argumentan que su uso tiene fines educativos o recreativos sanos, la realidad es que el tiempo de exposición, el tipo de contenidos y la falta de límites están generando efectos negativos que ya no pueden ignorarse. Hay menores que pasan más de 40 horas a la semana conectados a algún dispositivo móvil. Otros tantos, incluso, superan las 60 horas. Estas cifras no son solo un dato técnico: son un grito de alerta sobre lo que está ocurriendo dentro de nuestros hogares y comunidades.

La infancia y la adolescencia están siendo profundamente modeladas por algoritmos, redes sociales, videojuegos de alto impacto y contenidos que rara vez están diseñados pensando en su bienestar. La lógica de estos entornos es la de la adicción: mantener al usuario el mayor tiempo posible conectado, mediante recompensas inmediatas, estímulos constantes y personalización extrema. El resultado es una generación que, en muchos casos, ha perdido la capacidad de concentración sostenida, de aburrirse creativamente, de jugar sin depender de una pantalla o de mantener una conversación sin distracciones digitales. Los riesgos no son menores: se ha documentado el incremento de síntomas de ansiedad, depresión, aislamiento, alteraciones del sueño y disminución en la autoestima entre los menores con uso intensivo de dispositivos.

La problemática no se resuelve con prohibiciones tajantes. Prohibir sin educar es simplemente trasladar el problema a otro espacio. Es fundamental promover una cultura del uso consciente y equilibrado de la tecnología. La solución debe comenzar en casa, con adultos que estén dispuestos a ser ejemplo, a establecer normas claras y coherentes, a crear tiempos y espacios libres de pantallas, y sobre todo, a estar presentes. Estar presente no solo físicamente, sino emocional y afectivamente, acompañando a las niñas, niños y adolescentes en la comprensión de un mundo digital que necesita ser explorado con criterio, no consumido sin control. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com

La dichosa disciplina

«No es el castigo sino la disciplina lo que evita la mala conducta.» — Plutarco

Es frecuente pensar que la labor docente en un centro escolar es algo sencillo y que solo se trata de tener el conocimiento académico de español, matemáticas o ciencia para poder transmitirlo, sin embargo, ello implica mucho más que solo saberlo, implica pararse al frente de un grupo con 20, 30 o más niñas, niños o adolescentes y conocer como desarrollar además estrategias efectivas que favorezcan el aprendizaje.

La labor de educar y mantener la disciplina en entornos familiares y escolares suscita preguntas relevantes sobre el porqué de la dificultad en casa, con un número reducido de hijos, en comparación con un docente que gestiona una cantidad muy importante de estudiantes. La habilidad para mantener la disciplina en la escuela no es una mera casualidad ni un rasgo innato; es el fruto de un profundo entendimiento del desarrollo social, biológico y psicológico de sus estudiantes, complementado con años de experiencia en la práctica.

Así, ser docente es una profesión que exige más que solo conocimientos académicos o la capacidad de dirigir una clase. Es un ejercicio de profesionalismo que abarca el desarrollo y la implementación de estrategias pedagógicas específicas. Estas estrategias incluyen la creación y mantenimiento de normas claras y consistentes, así como la promoción de una comunicación efectiva. La justicia y equidad en la evaluación formativa no solo fomentan un ambiente de aprendizaje justo, sino que también validan el esfuerzo y la dedicación de cada estudiante.

Adoptar una actitud positiva pero firme, ser un modelo a seguir y brindar reconocimiento y refuerzo positivo son aspectos fundamentales que conforman la columna vertebral de la práctica docente. La autoridad de un educador no debe ser sinónimo de temor o resentimiento, sino de respeto y confianza. La capacidad docente para resistirse a las presiones, saber cuándo y cómo decir que «no», y mantener una guía efectiva más que una búsqueda de popularidad son las cualidades que diferencian a un maestro competente de uno ordinario.

La esencia de la profesión docente radica en la capacidad de transmitir seguridad y confianza de manera constante, al establecer un clima de aprendizaje donde sus estudiantes pueden aprender. Este conjunto de «saberes explícitos» que se manejan en la docencia, y que se reflejan en cada decisión tomada dentro del aula, realza la importancia del profesionalismo en la enseñanza. Así, se clarifica que la tarea docente es una vocación altamente especializada, que requirie de un conjunto de habilidades y conocimientos que no son evidentes para todos y que desafían la lamentable noción de que cualquiera puede enseñar. La profesionalidad en la educación es una amalgama de arte, ciencia y humanidad, algo que se perfecciona con la dedicación y el compromiso a lo largo de una carrera dedicada al servicio de la enseñanza y el aprendizaje. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann. Doctor en Gerencia Pública y Política Social.

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manuelnavarrow@gmail.com