Conocer realmente al equipo de trabajo

En el trabajo cotidiano de quienes asumen responsabilidades de conducción escolar, pocas cosas resultan tan fundamentales como la capacidad de conocer verdaderamente a las personas con quienes se comparte el día a día en los centros educativos. Este conocimiento no debe entenderse como una simple acumulación de datos personales, sino como una disposición auténtica para comprender sus necesidades, contextos, emociones y aspiraciones. Tal comprensión se convierte en el punto de partida para acompañar con sentido, motivar con propósito y crear entornos escolares donde el respeto, la escucha y la colaboración florezcan como parte de una cultura que nutre tanto al personal como al estudiantado.

Cuando en las escuelas se cultivan relaciones humanas profundas y auténticas, se propicia un ambiente que favorece la participación, el compromiso y la corresponsabilidad. Esto no sólo fortalece el trabajo entre pares, sino que mejora de manera significativa el clima en el que se desarrollan los aprendizajes. Para quienes ejercen la función directiva, asumir esta perspectiva implica mucho más que coordinar tareas o resolver conflictos. Se trata de construir condiciones que potencien los vínculos laborales, den sentido al trabajo educativo y favorezcan una cultura en la que cada integrante se sienta valorado, escuchado y parte de un proyecto común.

Michael Fullan (2001) lo expresó con claridad al señalar que conocer a las personas es condición para acompañarlas y motivarlas en la construcción de ambientes escolares donde florezca la colaboración. Este llamado cobra hoy más fuerza que nunca en nuestras comunidades escolares, pues sólo a través de relaciones humanas sólidas y genuinas podremos construir espacios donde niñas, niños y adolescentes encuentren un terreno fértil para aprender, convivir y desarrollarse plenamente.

Recordemos que los cambios más profundos en la escuela no comienzan con estructuras nuevas, sino con relaciones renovadas. Desde ahí, toda mejora es posible.

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Acompañar sin controlar…

En el ámbito escolar, acompañar a las y los docentes no significa supervisar o controlar desde una mirada vertical. Significa caminar a su lado, reconocer su experiencia, sus desafíos y sus logros, y construir juntos nuevas formas de enseñar y aprender. Como lo expresa Bolívar (2012), acompañar no es vigilar, es colaborar desde la cercanía, desde el respeto, desde el compromiso colectivo con una educación más significativa.

Este enfoque es vital para quienes ejercen la función directiva. Acompañar con empatía y visión compartida permite fortalecer el trabajo colaborativo, mejorar el clima escolar y generar relaciones laborales basadas en la confianza y el reconocimiento. Cuando las y los directivos se convierten en aliados del profesorado y no en jueces de su labor, se abre paso a un ambiente de apertura, innovación y crecimiento constante.

La dirección escolar, entendida como un espacio de encuentro y de impulso mutuo, tiene el poder de transformar el día a día en las escuelas. Esta forma de acompañamiento favorece directamente la construcción de un entorno más armónico para nuestras niñas, niños y adolescentes. Si se sienten los adultos comprometidos, conectados y apoyados, eso se refleja en la forma en que se enseña, se aprende y se convive.

Caminar juntos, escuchar con atención y actuar con humanidad: ahí está la clave para que nuestras escuelas no solo enseñen, sino que también inspiren.

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Dirigir es cuidar al equipo de trabajo…

Conducir una escuela no se limita a trazar rumbos ni a tomar decisiones administrativas. Implica, sobre todo, comprender que el bienestar de quienes enseñan está directamente relacionado con la calidad del aprendizaje de quienes aprenden. Como bien lo expresa Pilar Pozner (2017), liderar también es sostener, acompañar y cuidar. En el ámbito escolar, esto se traduce en crear condiciones en las que los y las docentes se sientan apoyados, valorados y comprendidos en su labor cotidiana.

Para quienes ejercen funciones de dirección, esta idea tiene una profunda relevancia. Cuando se cuida a quienes enseñan, se promueve un entorno más saludable emocionalmente, se fortalecen las relaciones laborales y se genera una atmósfera de trabajo donde se puede enseñar con mayor sentido, con claridad de propósito y con pertenencia a una comunidad viva. Esto repercute de manera directa en la mejora del clima escolar y, en consecuencia, en las condiciones en las que niñas, niños y adolescentes aprenden y conviven.

Conducir una comunidad educativa con conciencia del cuidado no es un acto de debilidad, sino de profunda responsabilidad humana y pedagógica. Implica escuchar, acompañar procesos, ofrecer apoyo emocional y profesional, y estar presente en los momentos clave. Acompañar a quien enseña no solo mejora su práctica, también permite que florezca una cultura institucional más solidaria, más reflexiva y más comprometida con el aprendizaje.

En tiempos de tantos retos, recordar que cuidar también es dirigir nos permite volver a lo esencial: las personas que hacen posible la escuela cada día. Allí, en ese acto sencillo pero potente de acompañar con sentido, reside la posibilidad de transformar verdaderamente nuestras instituciones educativas.

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Construir juntos en la diferencia

Uno de los principales desafíos en la vida escolar es aprender a convivir profesionalmente con personas que no piensan igual que nosotros. En lugar de ver la diferencia como un obstáculo, es urgente aprender a verla como una oportunidad. Para quienes desempeñan funciones de dirección, comprender y asumir este principio puede marcar la diferencia entre un ambiente de trabajo tenso y uno verdaderamente enriquecedor.

Como afirma Villar (2007), colaborar no implica estar de acuerdo en todo, sino construir juntos desde la diversidad profesional. Esta idea es especialmente valiosa en los centros escolares, donde conviven docentes con trayectorias, estilos y experiencias muy distintas. Lejos de uniformar, el papel de quien dirige debe orientarse a reconocer esas diferencias, generar espacios de diálogo y construir consensos que valoren lo que cada integrante puede aportar. Eso no solo fortalece al equipo, también mejora el clima escolar y permite que las decisiones se tomen de forma más justa y compartida.

Cuando se fomenta una colaboración basada en el respeto a las distintas voces, se transforma la cultura interna de la escuela. Se generan condiciones para una mejora continua que no parte de la imposición, sino de la construcción colectiva. Este tipo de liderazgo tiene un impacto directo en las relaciones laborales, en la confianza entre colegas, y sobre todo en la calidad del ambiente en el que niñas, niños y adolescentes aprenden y se desarrollan.

Construir desde la diversidad no es sencillo, pero sí profundamente transformador. Implica aprender a escuchar, a ceder, a acordar, y a caminar juntos aunque no siempre desde las mismas ideas. Ahí radica gran parte de la riqueza del trabajo directivo: en ser puente, facilitador y guía de procesos que favorecen la vida colectiva y, con ello, el aprendizaje.

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El cambio organizacional

En el ámbito escolar, impulsar cambios duraderos no depende únicamente de propuestas bien intencionadas o de nuevos planes de trabajo. Existen aspectos profundamente enraizados que, si no se comprenden, pueden convertirse en obstáculos silenciosos para cualquier iniciativa de transformación. Uno de estos elementos clave es la cultura escolar: ese entramado de creencias, prácticas, formas de relación y significados compartidos que definen la vida cotidiana en cada comunidad educativa.

Michael Fullan (2007) señala con claridad que intentar transformar una organización educativa sin considerar su cultura es como querer plantar semillas en cemento. Esta metáfora nos recuerda que no basta con introducir nuevas propuestas, metodologías o lineamientos si no se toma en cuenta el contexto humano, emocional y simbólico en el que estas se insertan. Para que una propuesta florezca, necesita un terreno fértil, y ese terreno se construye a través de la confianza, la escucha, el trabajo colaborativo y la corresponsabilidad.

Quienes tienen a su cargo funciones de dirección escolar necesitan mirar más allá de los cambios estructurales o técnicos, y abrir espacios para comprender lo que mueve —y también lo que resiste— dentro de sus escuelas. Promover una mejora continua pasa por reconocer y valorar las prácticas que han funcionado, dialogar con los saberes del equipo docente, atender los climas de trabajo y tejer relaciones más humanas. De ese modo se genera una base sólida para avanzar colectivamente hacia transformaciones reales.

Cultivar la cultura escolar no significa resignarse a lo que ya existe, sino tener la sensibilidad y la inteligencia colectiva para transformar desde dentro, desde lo que se siente, se cree y se comparte. Así, el cambio no será una imposición, sino una construcción conjunta que beneficia el desarrollo de las niñas, niños y adolescentes. Porque cuando la cultura se cuida y se orienta, el aprendizaje florece.

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El error como aprendizaje

Quienes ejercen funciones directivas en los centros escolares enfrentan diariamente el reto de acompañar procesos de aprendizaje que no solo implican dominar contenidos académicos, sino también crear condiciones humanas, emocionales y pedagógicas que favorezcan el crecimiento integral de toda la comunidad educativa. En este contexto, uno de los elementos más poderosos para transformar las prácticas en las escuelas es la actitud que se asume frente al error.

Como lo señala Stenhouse (1987), aprender del error requiere humildad y apertura, pero también un entorno que promueva la reflexión como herramienta de transformación. Esto cobra especial relevancia en el ámbito directivo, ya que no basta con exigir resultados o implementar cambios sin considerar las condiciones humanas que los rodean. Se vuelve fundamental construir espacios en los que el error no se castigue, sino que se analice, se dialogue y se convierta en una oportunidad para avanzar.

Desde esta mirada, el papel del liderazgo escolar se orienta hacia el fortalecimiento del trabajo colaborativo, la mejora del clima escolar y el impulso de relaciones más horizontales entre quienes conforman la comunidad. Un entorno directivo que valora la reflexión por encima de la perfección fomenta la confianza, la participación activa del personal docente, y con ello, la mejora del ambiente de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

En última instancia, comprender y asumir esta perspectiva transforma la forma en que se lideran los centros escolares: ya no desde la búsqueda de controlar todo, sino desde el compromiso de construir colectivamente mejores condiciones para aprender, enseñar y convivir.

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El Aprendizaje Basado en Problemas

«El Aprendizaje Basado en Problemas permite que los estudiantes construyan activamente su conocimiento a partir de situaciones auténticas, desarrollando habilidades cognitivas, sociales y afectivas.» — Savery, J. R., & Duffy, T. M.

En el día a día de los centros educativos, se despliegan prácticas pedagógicas complejas, innovadoras y profundamente transformadoras que muchas veces no son percibidas por quienes se encuentran fuera del entorno escolar. Una de estas prácticas es el Aprendizaje Basado en Problemas (ABP), una metodología que no solo favorece la adquisición de conocimientos, sino que potencia el pensamiento crítico, la colaboración, la creatividad y la construcción colectiva del saber.

Esta metodología no es improvisada ni arbitraria. Se fundamenta en un profundo conocimiento didáctico que el personal docente despliega a lo largo de seis momentos articulados que dan estructura al proceso. Desde una primera etapa de sensibilización donde se reflexiona sobre el contenido desde una mirada individual y colectiva, hasta la organización final de hallazgos y acuerdos, el ABP propone una ruta formativa rigurosa y creativa, que permite a los estudiantes adquirir conocimientos de forma significativa. En este sentido, el profesorado actúa como guía, facilitador y mediador, creando ambientes propicios para el pensamiento crítico, la autonomía y el trabajo colaborativo.

El esfuerzo que implica implementar este tipo de metodologías exige del personal docente una preparación constante y una sensibilidad profunda hacia las dinámicas del aula. No se trata solo de aplicar una técnica, sino de leer con atención los intereses del grupo, seleccionar los recursos pertinentes, articular objetivos de aprendizaje con problemas reales y acompañar el desarrollo de las habilidades investigativas. Todo ello requiere de un alto nivel de profesionalismo, experiencia y una vocación formativa que muchas veces escapa a los estereotipos que simplifican la labor docente.

Resulta necesario destacar que este tipo de enfoques pedagógicos no solo favorece el aprendizaje de contenidos curriculares, sino que también promueve habilidades esenciales para la vida en sociedad: aprender a escuchar, a negociar, a proponer, a colaborar, a organizar la información y a construir consensos. Así, mientras se desarrolla una secuencia didáctica basada en problemas, también se está educando para la ciudadanía, para el pensamiento ético y para la resolución creativa de conflictos.

En un contexto en el que las exigencias educativas son cada vez más complejas y donde las problemáticas sociales, emocionales y culturales de los estudiantes atraviesan el aula, reconocer y valorar estas herramientas pedagógicas es un acto de justicia hacia el trabajo docente. Los centros escolares no son espacios de simple instrucción, sino laboratorios vivos de conocimiento, en donde cada estrategia como el ABP se convierte en una oportunidad para transformar la experiencia educativa en una vivencia significativa.Por ello, resulta fundamental que la sociedad reconozca el valor de estas metodologías y del trabajo que se realiza en las aulas. Lo que ocurre al interior de las escuelas no es solo la transmisión de conocimientos, sino la construcción de ciudadanías críticas, responsables y comprometidas. Cada problema abordado desde esta metodología es una oportunidad para sembrar en las y los estudiantes una actitud transformadora frente al mundo. Y detrás de cada una de esas oportunidades, hay una maestra o un maestro que, con sabiduría y compromiso, lo hizo posible. Porque la educación es el camino….

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com

📌 La importancia de vivir el presente para fortalecer el liderazgo escolar

En la vida escolar, quienes ejercen la función directiva se enfrentan constantemente a decisiones que requieren equilibrio emocional, pensamiento claro y capacidad para generar vínculos saludables. En muchas ocasiones, el estrés y la ansiedad surgen cuando la atención se centra demasiado en errores del pasado o en preocupaciones excesivas por el futuro. Esta actitud no solo impacta el bienestar de quien dirige, sino que también influye de forma directa en el ambiente escolar y, por ende, en los procesos de aprendizaje.

Thich Nhat Hanh, maestro zen y defensor de la atención plena, nos recuerda que la clave para manejar el estrés es regresar al momento presente con calma y claridad. Esta enseñanza es particularmente valiosa para quienes tienen bajo su responsabilidad la conducción de una comunidad educativa. Estar presentes permite no solo tomar decisiones más acertadas, sino también escuchar con mayor empatía, atender con mayor profundidad y relacionarse de forma más humana con cada miembro del colectivo escolar.

Cuando una directora o director logra habitar el presente con serenidad, se favorece el fortalecimiento del trabajo colegiado, se mejora el clima escolar y se generan condiciones más saludables para el diálogo y la resolución de conflictos. Esto, a su vez, repercute en mejores relaciones laborales entre el personal docente, administrativo y de apoyo, generando un entorno más armónico que favorece el aprendizaje de las niñas, niños y adolescentes.

Vivir el presente no es una frase vacía. Es una práctica que puede transformar los espacios escolares en comunidades más humanas, conscientes y comprometidas. Porque una dirección serena, empática y presente, es el inicio de una escuela más justa, más amable y más significativa para todos.

🟠 Si te resultó útil esta reflexión, compártela. Fortalecer el liderazgo desde el interior es también construir escuelas más humanas.

Cincuenta años de historia viva

“La escuela pública no solo educa, también construye ciudadanía, cohesiona comunidades y da sentido a la vida colectiva.” Emilio Tenti Fanfani

Como millones en este país, soy producto de la escuela pública. En ella no solo aprendimos a leer y escribir, sino también a soñar, a respetar, a convivir y a construir comunidad. Recuerdo con claridad mis primeros años en la escuela primaria Ángel Castellanos, en la Colonia Rosario. Aquel trayecto diario, largo pero con afecto, era posible gracias a mi madrina, la Maestra Blanca Olivia García, quien además fue mi primera guía académica y emocional que hasta la fecha agradezco. 

Poco después, me inscribieron en la primaria Ángel Trías, en mi colonia, ubicada entonces en un edificio provisional frente a la Facultad de Derecho de la UACH sobre la Avenida Universidad. Hay sucesos que marcan nuestras vidas y son imborrables, ese fue uno de ellos. Todavía hoy puedo cerrar los ojos y revivir con nitidez ese día en que nuestras maestras nos formaron y, caminando nos condujeron hacia lo que sería nuestra “escuela nueva”. Ese breve pero emocionante recorrido de apenas seis cuadras fue suficiente para marcar un antes y un después. Aquel edificio, aún modesto, pero completamente nuevo, se convirtió en el escenario de una de las etapas más formativas y felices de mi vida.

Ahí, en esa escuela que luego adoptaría con orgullo el nombre del ilustre educador chihuahuense “Luis Urías Belderráin”, nos sentamos por primera vez en pupitres intactos, tocamos la superficie tersa de aquellos mesabancos binarios, olía el yeso fresco, barniz reciente y pizarrones nuevos. Todo olía a futuro. No éramos conscientes entonces, pero estábamos presenciando el nacimiento de una institución que, con el tiempo, transformaría la vida de miles de familias. Mis hermanos, amigos de la infancia, sus hijos y los míos… todos pasamos por esas aulas. 

Conservo el nombre de muchas maestras que sembraron vocación y conocimiento con enorme dignidad: Laura, Julieta, Mirna… y por supuesto, la directora de aquella época, la Maestra Ma. Elisa Yáñez, de carácter firme pero de trato noble, cuya huella es indeleble en la memoria de muchas generaciones. Recuerdo con especial emoción cómo, en sexto grado, bajo la guía de la Maestra de música Licha y su enorme acordeón, con nuestra escuela ganamos el concurso municipal y estatal de canto coral y ganamos el primer lugar en el certamen nacional como base de los “Niños Cantores de Chihuahua”.

Volví años después a esas mismas aulas como docente en formación, para realizar mis prácticas profesionales y valorar aún más a quienes han hecho de esta escuela un referente de calidad: maestras comprometidas, padres y madres de familia participativos, niñas y niños dispuestos a aprender, algunos incluso en medio de carencias. También volví como padre, y tuve el honor de ser representante de grupo con la Maestra Gaby, organizando enchiladas para la kermesse, y participando en las tareas de mantenimiento y apoyo.

Hoy, con motivo del cincuentenario de la Escuela Primaria “Luis Urías Belderráin” No. 2005, no solo conmemoramos un aniversario: celebramos una historia viva, un crisol de aprendizajes, valores y comunidad. Bajo la atinada conducción de su actual directora, la Maestra Alicia Hernández, la escuela sigue siendo una institución pública ejemplar, de alta demanda en la ciudad. Su legado se construye día a día, en silencio, en cada clase, en cada recreo, en cada esfuerzo compartido.

En México existen miles de escuelas como esta, que han sido pilares de desarrollo individual y colectivo. Son instituciones que, lejos del reflector mediático, sostienen el presente y construyen el porvenir. Por eso, celebrar 50 años de vida escolar no es un acto nostálgico, sino una afirmación de futuro. ¡Felicidades!. Porque la educación es el futuro…

Docente y Abogado.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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manuelnavarrow@gmail.com

Dirección para el futuro

En el ejercicio de la función directiva dentro de los centros escolares, uno de los desafíos más constantes es el equilibrio entre atender lo inmediato y, al mismo tiempo, mantener la mirada puesta en aquello que aún no ha ocurrido, pero que es deseable construir. En este sentido, resulta sumamente reveladora la afirmación de Ronald Heifetz, quien expresa que “el liderazgo es una conversación constante entre el presente y el futuro”. Esta idea nos invita a comprender que liderar no se trata solo de resolver los problemas del día a día, sino también de proyectar, imaginar y construir escenarios que favorezcan el bienestar integral de nuestras comunidades escolares.

Cuando una persona directora asume su rol desde esta conciencia, es capaz de propiciar condiciones para el fortalecimiento del trabajo colaborativo entre docentes, personal administrativo, estudiantes y familias. De esta forma, se genera una sinergia que no solo permite atender con mayor sensibilidad y acierto los desafíos cotidianos, sino que también allana el camino hacia transformaciones más profundas y sostenidas. El liderazgo entendido así, como un diálogo entre lo que se es y lo que se aspira a ser, permite avanzar hacia la mejora del clima escolar, la construcción de relaciones laborales más sanas y respetuosas, y, en consecuencia, la creación de ambientes de aprendizaje mucho más favorables para niñas, niños y adolescentes.

Quienes ocupan cargos directivos deben recordar que su labor tiene una dimensión ética, pedagógica y humana que impacta directamente en la manera en que se vive la escuela. Dirigir una institución educativa no es solo una tarea técnica, sino una responsabilidad profundamente vinculada con la esperanza. Una esperanza que se encarna en cada estrategia de acompañamiento docente, en cada espacio de escucha a las y los estudiantes, en cada esfuerzo por construir una comunidad que sepa convivir, aprender y crecer junta.

Por ello, este llamado a mantener abierta la conversación entre el presente y el futuro no es menor. Es una invitación a reflexionar, a repensar y a actuar desde la convicción de que la escuela puede ser un espacio de transformación social si quienes la dirigen asumen con claridad y compromiso su papel como promotores de un horizonte más justo, más humano y más pleno para todas y todos.

Una dirección con base en la colaboración

En el ámbito educativo, ejercer un liderazgo transformador requiere mucho más que establecer lineamientos o conducir procesos. Implica, como bien señala Michael Fullan, construir relaciones sólidas y ser capaces de resolver los problemas que surgen en la vida escolar diaria con creatividad y de manera colaborativa. Este enfoque coloca en el centro a las personas y la manera en que interactúan dentro del espacio escolar, especialmente cuando se trata de quienes asumen la responsabilidad directiva.

Para quienes ejercen la dirección en los centros escolares, esta reflexión se convierte en una guía esencial. Una escuela donde se cultivan relaciones basadas en la confianza, el respeto mutuo y la escucha activa es también una escuela donde el trabajo colaborativo fluye de manera más natural, el ambiente laboral se fortalece, y los vínculos profesionales se tornan más empáticos y solidarios. Desde esta perspectiva, el fortalecimiento del trabajo directivo no puede desligarse de la promoción de espacios en los que todas las voces tengan cabida y en donde la resolución de conflictos no dependa únicamente de la autoridad, sino de la construcción conjunta de soluciones.

La mejora del clima escolar y del entorno de aprendizaje es una consecuencia directa de un liderazgo que apuesta por la colaboración. Cuando las y los docentes sienten que su voz importa, que sus opiniones son tomadas en cuenta, y que cuentan con el respaldo de su dirección, es más probable que se involucren en procesos de mejora continua, que compartan estrategias y que construyan una cultura profesional que favorezca el bienestar colectivo.

Todo esto impacta profundamente en la experiencia educativa de niñas, niños y adolescentes. Ellos y ellas aprenden mejor en ambientes donde los adultos trabajan en armonía, donde las tensiones se resuelven con creatividad y donde el diálogo se convierte en herramienta cotidiana. Así, el liderazgo basado en relaciones sólidas no solo transforma la dinámica institucional, sino que abre camino para aprendizajes más significativos y duraderos.

Una dirección que crea las condiciones para el aprendizaje

Una de las claves más profundas del liderazgo en los centros educativos no radica únicamente en la capacidad de decidir, sino en la sensibilidad y visión para generar las condiciones adecuadas que permitan que otras personas puedan tomar las mejores decisiones posibles. Esta reflexión, atribuida al reconocido investigador Andy Hargreaves, nos invita a mirar el liderazgo escolar desde una perspectiva más humana y transformadora.

Quienes ejercen la dirección en una escuela tienen en sus manos mucho más que la conducción de un plantel: son generadores de ambientes donde el trabajo colectivo cobra sentido, donde el acompañamiento entre pares se fortalece, y donde el bienestar de todos los miembros de la comunidad escolar se vuelve una prioridad cotidiana. Cuando las condiciones son adecuadas, florece el trabajo colaborativo, se renuevan las relaciones laborales y se da paso a una convivencia más armónica.

El fortalecimiento del trabajo directivo va de la mano con la creación de entornos que propicien la participación, la escucha activa y la toma de decisiones compartida. Es en estos espacios donde se cultiva un clima escolar positivo, un ambiente de aprendizaje estimulante, y una cultura organizacional que valora tanto el desarrollo profesional como el crecimiento personal de cada integrante de la comunidad educativa.

En este sentido, el liderazgo escolar es un acto profundamente ético y relacional, que transforma no desde la imposición, sino desde la construcción conjunta. Y es ahí donde se encuentran los cimientos para que niñas, niños y adolescentes aprendan con mayor profundidad, en un entorno donde la confianza, la responsabilidad compartida y el acompañamiento genuino se vuelven parte esencial del día a día.

Dirigir no es dominar

En el camino de quienes asumen la responsabilidad de dirigir una escuela, es fundamental comprender que el verdadero liderazgo no se basa en imponer, sino en inspirar. Daniel Goleman, experto en inteligencia emocional, nos recuerda que liderar no es dominar, sino persuadir a las personas para trabajar hacia una meta común, haciendo de la inteligencia emocional un elemento central en este proceso.

Esta visión del liderazgo es especialmente importante en el contexto educativo, donde el fortalecimiento del trabajo colaborativo, el desarrollo de un ambiente de respeto y confianza, y la mejora del clima escolar son esenciales para alcanzar mejores resultados en el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Quienes ejercen la función directiva no solo organizan o administran, sino que tienen en sus manos la posibilidad de construir comunidades escolares más empáticas, solidarias y comprometidas.

Cuando las directoras y directores promueven un liderazgo basado en la persuasión y en la comprensión emocional de su equipo, se favorecen relaciones laborales más armónicas y se potencia el compromiso genuino de cada persona con el proyecto educativo común. Esto, a su vez, impacta de manera positiva en la mejora del ambiente escolar y en la construcción de espacios donde el aprendizaje se vive con entusiasmo, curiosidad y sentido de pertenencia.

Así, la tarea de liderar una escuela trasciende las tareas cotidianas: se convierte en un ejercicio constante de motivar, de acompañar y de generar confianza. En este contexto, el cultivo de habilidades como la escucha activa, la empatía y la capacidad de gestionar emociones no solo fortalecen el trabajo directivo, sino que también siembran la semilla de un entorno educativo más humano, donde cada estudiante puede crecer y aprender en un espacio que reconoce y valora su dignidad. Porque la educación es el camino…

La dirección escolar. El segundo factor en importancia para el aprendizaje

En el corazón de cada escuela hay una figura clave que, aunque muchas veces trabaja tras bambalinas, tiene un impacto profundo en los aprendizajes de las y los estudiantes: la persona que ejerce el liderazgo directivo. De acuerdo con Ken Leithwood y sus colaboradores, después de la calidad de la enseñanza en el aula, el liderazgo escolar es la segunda influencia más importante en los logros educativos de los estudiantes. Esta afirmación nos invita a reflexionar sobre el papel fundamental que tienen quienes dirigen los centros escolares y cómo su forma de liderar puede transformar positivamente el entorno educativo.

Cuando el liderazgo escolar se orienta hacia el fortalecimiento de los equipos docentes, la mejora en la convivencia diaria y el acompañamiento cercano de los procesos de enseñanza y aprendizaje, se generan condiciones propicias para que florezcan tanto los aprendizajes como las relaciones humanas. No se trata de imponer una lógica administrativa o de control, sino de inspirar una cultura de colaboración, diálogo y compromiso con el bienestar de todos los miembros de la comunidad escolar.

El fortalecimiento del trabajo directivo no solo permite orientar con claridad el rumbo de la escuela, sino que también impulsa la mejora del ambiente laboral, la confianza entre pares y la participación activa de docentes, estudiantes y familias. Esto repercute directamente en un clima escolar más armónico, donde niñas, niños y adolescentes se sienten seguros, motivados y capaces de aprender con entusiasmo.

Por ello, es indispensable que quienes asumen la tarea de dirigir una escuela reconozcan el valor que tiene su labor para propiciar entornos que favorezcan aprendizajes profundos y significativos. El liderazgo escolar no es solo una función técnica, sino una oportunidad para construir comunidad, para inspirar y para dejar una huella positiva en la vida de cada estudiante.

A quienes están en esa tarea diaria de acompañar, guiar y transformar, este mensaje es también un reconocimiento. Porque cada decisión, cada escucha atenta y cada gesto de apoyo puede marcar una diferencia duradera en el camino formativo de quienes más lo necesitan.

El currículum integrado

“Lo que realmente importa en la educación es la comprensión profunda, no solo la memorización superficial.” David Perkins

La educación es un proceso complejo que requiere un conocimiento profundo de las estrategias pedagógicas más efectivas para potenciar el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. A menudo, quienes no están directamente involucrados en el ámbito educativo desconocen la riqueza de enfoques y metodologías que se implementan en las aulas para garantizar una educación significativa y pertinente. Uno de estos enfoques es el currículum integrado, una estrategia que busca superar las limitaciones de la enseñanza tradicional y fomentar una formación más holística y conectada con la realidad.

En la educación tradicional, el conocimiento suele impartirse de manera fragmentada, dividiendo las materias en asignaturas aisladas, lo que puede dificultar la comprensión profunda de los temas. Se prioriza la memorización de contenidos sobre la construcción de aprendizajes significativos, lo que genera una desconexión entre lo que se aprende en la escuela y los problemas reales de la sociedad. Esto ha llevado a una necesidad urgente de replantear la manera en que se diseña e imparte la enseñanza, buscando alternativas que permitan un aprendizaje más integral y aplicable a la vida cotidiana.

El currículum integrado responde a esta necesidad al proponer un modelo de enseñanza en el que los conocimientos de distintas disciplinas se relacionan y se contextualizan dentro de situaciones reales. No se trata solo de acumular información, sino de desarrollar habilidades críticas, fomentar la autonomía en el aprendizaje y conectar el conocimiento con la realidad de los estudiantes. Esta estrategia busca que los contenidos no sean vistos como elementos aislados, sino como piezas de un mismo rompecabezas que ayudan a comprender mejor el mundo en el que vivimos.

Para llevar a la práctica un currículum integrado, se requieren métodos de enseñanza innovadores que rompan con la rigidez de la educación convencional. Los proyectos interdisciplinarios, el estudio de casos reales, la resolución de problemas, los espacios de debate y la conexión con la comunidad son herramientas fundamentales para consolidar este enfoque. No se trata solo de enseñar desde el aula, sino de llevar el aprendizaje a otros contextos, generando experiencias significativas que permitan a los estudiantes aplicar lo aprendido en su entorno.

Los beneficios de este enfoque son múltiples. Al favorecer una mayor comprensión de los temas, los estudiantes logran aprendizajes más duraderos y útiles para su desarrollo personal y profesional. Además, el trabajo en equipo y el desarrollo de habilidades sociales se ven fortalecidos, preparando a las y los estudiantes para enfrentarse a los desafíos de una sociedad en constante cambio. Asimismo, el currículum integrado fomenta la creatividad, la resolución de problemas y una educación conectada con el entorno, promoviendo un aprendizaje más dinámico y pertinente.

Sin embargo, para que este modelo educativo sea efectivo, es imprescindible reconocer la importancia del conocimiento, la experiencia y la capacidad del personal docente. La aplicación de un currículum integrado no es improvisada, sino el resultado de estudios pedagógicos, capacitación continua y un profundo entendimiento de las necesidades de los estudiantes. La labor de los docentes no se limita a impartir información; su papel es el de diseñar, adaptar y aplicar estrategias que realmente impacten en el aprendizaje y formación de los alumnos.

En este sentido, es fundamental que la sociedad valore y reconozca el esfuerzo y la preparación que implica la labor educativa. La enseñanza no es una actividad mecánica ni improvisada, sino un ejercicio profesional que demanda actualización constante y un compromiso genuino con el desarrollo de las nuevas generaciones. La implementación de enfoques innovadores, como el currículum integrado, es una muestra del trabajo que día a día realizan los docentes para ofrecer una educación de calidad, centrada en el aprendizaje significativo y en la formación integral de cada estudiante.

Reflexionar sobre estos aspectos permite comprender que la educación va más allá de los muros del aula. Requiere una visión amplia, estrategias bien fundamentadas y, sobre todo, un reconocimiento del valor de la labor docente. Apostar por modelos pedagógicos como el currículum integrado no solo beneficia a los estudiantes, sino a toda la sociedad, ya que contribuye a la formación de ciudadanos críticos, autónomos y preparados para afrontar los retos del mundo actual. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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manuelnavarrow@gmail.com