En el ejercicio de la función directiva, muchas veces se espera que las y los líderes escolares estén disponibles en todo momento, resuelvan cada situación con prontitud y den ejemplo constante de compromiso. Sin embargo, pocas veces se habla del equilibrio personal que necesitan cultivar para sostenerse en el tiempo y continuar aportando a sus comunidades educativas con entusiasmo y claridad.
Hargreaves y Fink (2006) proponen una visión poderosa: el directivo saludable es aquel que modela, desde su propia conducta, un equilibrio entre el compromiso profesional y el respeto por uno mismo. Esto significa que el bienestar del equipo comienza con el bienestar de quien lo encabeza. Cuando una directora o un director prioriza también su cuidado personal, sus tiempos de descanso, su salud emocional y física, está enviando un mensaje claro y potente: que la labor educativa, aunque importante, no debe implicar el descuido de la propia vida.
Este equilibrio personal no es un asunto individual. Repercute directamente en la forma en que se conduce el trabajo colectivo, en el tono emocional de los espacios escolares y en la manera en que se articulan las relaciones laborales. Un liderazgo sereno, que se respeta a sí mismo, es más empático, más reflexivo y más humano. Esto favorece la construcción de entornos escolares más armónicos, más comprensivos y, por tanto, más propicios para que las niñas, los niños y adolescentes encuentren condiciones verdaderamente favorables para aprender, desarrollarse y florecer.
Quien lidera con equilibrio, lidera con perspectiva. Y quien cuida de sí para cuidar de los demás, no solo se convierte en referente profesional, sino también en inspiración ética y humana para toda la comunidad educativa.
Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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