Quienes asumen la función directiva en los centros escolares no solo conducen una institución, sino que también representan una figura clave en la construcción de justicia educativa. Como bien plantea Ocampo (2012), ignorar el contexto implica perpetuar desigualdades, mientras que comprenderlo con profundidad permite liderar transformaciones orientadas a la equidad. Esta afirmación debe resonar con fuerza en quienes tienen a su cargo la conducción de una comunidad escolar.
Comprender el contexto no es simplemente reconocer los indicadores socioeconómicos de una zona o conocer el número de estudiantes; es comprender las trayectorias, los retos históricos, las expectativas culturales, y las múltiples realidades que configuran la vida escolar. Esta comprensión permite que las decisiones que se tomen en la escuela tengan pertinencia, respeto y coherencia con la realidad de niñas, niños, adolescentes, sus familias y el propio personal docente.
Cuando una o un directivo actúa desde la conciencia del entorno, favorece un ambiente más humano, más comprensivo, donde se visibilizan y atienden las brechas, se favorece la inclusión y se priorizan los apoyos necesarios para que todas y todos puedan aprender. Este liderazgo también propicia una mejora en las relaciones laborales, porque reconoce los desafíos que enfrenta cada integrante de la comunidad y responde con acciones cercanas, viables y transformadoras.
En este sentido, conocer el contexto es una forma de ejercer el liderazgo con empatía, con mirada crítica y con un compromiso profundo por construir escuelas más justas. Porque la equidad no es un discurso: es una práctica diaria que se concreta cuando las decisiones se basan en realidades, no en generalizaciones.
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