8M… ¿Festejo o conmemoración?

«Existen dos maneras de enfrentar la injusticia: puedes aceptar las condiciones en las que vives o asumir la responsabilidad de cambiarlas.» – Gloria Steinem

El 8 de marzo no es un día de celebración, sino de conmemoración y lucha. A lo largo de la historia, las mujeres han tenido que pelear por derechos fundamentales que deberían haber sido reconocidos desde siempre. La equidad de género no ha sido un regalo, sino el resultado de innumerables esfuerzos colectivos, movilizaciones, sacrificios y vidas perdidas. La historia de esta fecha se remonta a principios del siglo XX, cuando mujeres de diferentes países alzaron la voz para exigir condiciones laborales justas, el derecho al voto y la participación en la vida pública en igualdad de condiciones. No se trata de un simple recordatorio, sino de una oportunidad para reflexionar sobre cuánto falta aún por avanzar.

Desde entonces, la lucha ha continuado, y aunque se han conseguido avances en algunos ámbitos, la desigualdad persiste. El acceso a la educación, la representación en cargos de liderazgo, la eliminación de la brecha salarial y la erradicación de la violencia de género siguen siendo temas urgentes. En muchos países, las mujeres aún tienen que justificar su presencia en espacios históricamente dominados por hombres y demostrar, una y otra vez, su valía. La discriminación y los prejuicios continúan siendo barreras estructurales que limitan su desarrollo. Es un error pensar que la lucha terminó con la obtención del voto o con la promulgación de leyes de igualdad; la realidad sigue demostrando que falta mucho por transformar.

La violencia contra las mujeres es una de las manifestaciones más brutales de esta desigualdad. No solo se trata de agresiones físicas o feminicidios, sino de toda una estructura de violencia sistémica, simbólica, económica y psicológica que se sostiene a través del machismo cotidiano. La falta de oportunidades, el acoso laboral, la objetivización en los medios de comunicación y la doble jornada de trabajo son formas de violencia que muchas veces pasan desapercibidas o se consideran «normales». Mientras existan mujeres que teman por su seguridad en el espacio público, en el transporte o en sus propios hogares, la lucha seguirá siendo necesaria.

Es indispensable cambiar la forma en que se percibe el 8 de marzo. No es un día para felicitar a las mujeres ni para regalar flores o chocolates. No es una festividad, sino una jornada de visibilización, resistencia y memoria. Convertirla en un evento comercial o en una simple formalidad es ignorar la historia y las razones por las que se estableció. Es fundamental que las empresas, instituciones y gobiernos no solo «reconozcan» la fecha con discursos vacíos, sino que asuman compromisos reales para garantizar la equidad en todos los niveles. La igualdad de género no puede ser solo un tema de conversación en marzo; debe ser una prioridad constante.

Las mujeres han estado en la base del desarrollo de la humanidad, muchas veces en silencio y sin reconocimiento. Han sido científicas, escritoras, líderes, educadoras y trabajadoras incansables que han construido la historia mientras el mundo les negaba su lugar. A pesar de ello, su presencia ha sido minimizada o borrada de los relatos oficiales, para ello solo un dato ¿Sabía Usted que uno de los restos humanos más antiguos de nuestro país el llamado «Hombre de Tepexpan» se trata de una mujer? La lucha feminista no busca privilegios ni superioridad, sino justicia. Es una batalla por el derecho a existir sin miedo, a desarrollarse plenamente y a vivir en un mundo donde ser mujer no implique desventajas o riesgos.

El 8 de marzo debe ser un recordatorio de que aún hay mucho por hacer. No es una fecha para la complacencia, sino para la acción. Para transformar la realidad se necesita más que discursos bienintencionados; se requieren políticas públicas efectivas, educación con perspectiva de género, sanciones reales para la violencia y la discriminación, y, sobre todo, un cambio cultural profundo. La igualdad no es un favor, es un derecho. Y mientras este no sea una realidad para todas, la conmemoración del 8 de marzo seguirá siendo una exigencia y un llamado a la acción. Porque la educación, es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com

Maestra, madre, alumna, directora… Mujer

“No soy libre mientras cualquier mujer sea esclava, incluso cuando sus cadenas sean muy diferentes a las mías”. Audre Lorde

El 8 de marzo, día en que se conmemora (que no festeja) el Día Internacional de la Mujer, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre los múltiples roles que las mujeres desempeñan en la educación y cómo, a través de estos, contribuyen significativamente al desarrollo de una sociedad más igualitaria y justa. En este ámbito, las mujeres asumen una variedad de responsabilidades como madres, trabajadoras, docentes, directivas, supervisoras, asesoras técnico pedagógicas, funcionarias, alumnas, entre otras, todas las cuales son esenciales para el avance educativo y social.

Las mujeres en la educación son pilares fundamentales que sostienen y fomentan el crecimiento intelectual y emocional de las generaciones futuras. Como docentes y educadoras, modelan valores, inspiran curiosidad y fomentan un pensamiento crítico que desafía las normas y estereotipos de género arraigados. Su influencia va más allá del aula; es una fuerza transformadora que puede cambiar percepciones, actitudes y estructuras sociales.

Sin embargo, a pesar de su papel crucial, las mujeres en la educación enfrentan desafíos ancestrales que limitan su potencial y menoscaban su contribución. La brecha de género en posiciones, desigualdad, y la violencia de género son barreras persistentes que impiden que las mujeres alcancen su pleno potencial en el sector educativo. Estos obstáculos no solo afectan a las mujeres individualmente, sino que también tienen un impacto negativo en la calidad de la educación y en el desarrollo social en general.

La superación de estos retos requiere un enfoque multifacético que incluya políticas públicas inclusivas, programas de apoyo, y una reevaluación constante de las prácticas y estructuras institucionales para garantizar que promuevan la igualdad. Es imperativo que se reconozca y valore el trabajo de las mujeres en la educación, no solo como un derecho fundamental, sino como una necesidad crítica para el avance de nuestras sociedades.

Además, es fundamental abordar y desmantelar los estereotipos de género que limitan las oportunidades educativas y profesionales para las mujeres y las niñas. La educación debe ser una herramienta de empoderamiento que permita a todas las personas, independientemente de su género, explorar y desarrollar sus capacidades plenamente. Esto implica revisar los currículos, promover modelos a seguir que desafíen las normas de género y fomentar un ambiente de aprendizaje inclusivo y respetuoso.

El avance hacia una sociedad más igualitaria se logra no solo reconociendo los desafíos que enfrentan las mujeres en la educación, sino también celebrando sus logros y contribuciones. Es esencial alentar y apoyar la participación activa de las mujeres en todos los niveles del sistema educativo, desde el aula hasta las posiciones de toma de decisiones.

Así, mientras conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, reflexionemos sobre el papel vital que juegan las mujeres en la educación y reconozcamos que la igualdad en este sector no es solo un objetivo en sí mismo, sino también un medio indispensable para construir sociedades más justas, inclusivas y prósperas. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann. Doctor en Gerencia Pública y Política Social.

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com