PISA 2022. ¿Qué nos deja?

El maestro no puede cambiar el contexto social de sus alumnos, pero puede cambiar la relación que ellos establecen con el conocimiento y con ellos mismos.» Emilia Ferreiro

En el año 2022, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicó un informe basado en los resultados de la evaluación PISA, en el cual se analizó no solo el desempeño académico de estudiantes de 15 años en distintos países, sino también sus aspiraciones futuras respecto a la educación universitaria. Este informe añadió una dimensión crucial al debate educativo: la influencia determinante del contexto social y económico sobre las expectativas académicas, superando incluso el peso del rendimiento escolar.

Lejos de asumir que el talento y el esfuerzo bastan para garantizar un futuro educativo sólido, los datos revelan una desigualdad profunda que atraviesa a los sistemas escolares de muchos países: el origen socioeconómico condiciona, a menudo de forma silenciosa, la forma en que los jóvenes visualizan su porvenir académico.

Los hallazgos más reveladores señalan que los estudiantes con buen rendimiento académico pero provenientes de entornos desfavorecidos tienen, en promedio, 22 puntos porcentuales menos de probabilidades de anticipar que completarán estudios universitarios en comparación con sus pares favorecidos. Esta diferencia se agrava en ciertos países donde la brecha supera los 30 puntos porcentuales, lo que da cuenta de una fractura social que no se manifiesta únicamente en los niveles de ingreso o acceso a recursos materiales, sino también en las aspiraciones, en la confianza personal y en la construcción de proyectos de vida. Por otro lado, resulta aún más inquietante que estudiantes con bajo rendimiento académico pero que pertenecen a familias con alto nivel económico, educativo y cultural, tengan más expectativas de llegar a la universidad que aquellos con alto rendimiento de sectores marginados. Esta paradoja desafía la noción meritocrática en la que muchos modelos educativos se sustentan, y plantea interrogantes de fondo sobre el verdadero sentido de la equidad educativa.

Sin embargo, en este panorama marcado por profundas desigualdades, surge un actor clave que, en muchas ocasiones, no recibe el valor ni el reconocimiento que merece: la escuela. Es precisamente en los centros educativos donde se libran batallas diarias por equilibrar lo que el entorno familiar o social no garantiza. Docentes, directores, orientadores y personal de apoyo enfrentan no solo los desafíos pedagógicos propios del currículo, sino también las cargas emocionales, culturales y sociales que sus estudiantes traen consigo. Su trabajo va más allá de la transmisión de conocimientos: se trata de generar condiciones para que cada estudiante, sin importar su punto de partida, pueda reconocerse como alguien capaz de construir un proyecto de vida digno, autónomo y ambicioso.

El informe también muestra que los estudiantes que participan en actividades de planificación de carrera o exploración vocacional desarrollan aspiraciones académicas más altas. Esto sugiere que intervenir a tiempo puede ser decisivo. Y cuando estas acciones se multiplican y se sistematizan dentro de una cultura institucional centrada en el acompañamiento, la inclusión y el reconocimiento de las potencialidades de cada estudiante, el efecto puede ser transformador, tanto para el individuo como para su entorno familiar y comunitario.

Este tipo de evidencias no deben conducir a la resignación, sino a la acción. Si el contexto pesa tanto o más que el talento, entonces corresponde a todos —familias, gobiernos, comunidades y sociedad civil— reforzar y proteger ese entorno que puede marcar la diferencia: la escuela. No hay otra institución que lo logre con tanta cercanía, impacto y profundidad. Porque la educación es el camino…

Docente y Abogado.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

https://manuelnavarrow.com

manuelnavarrow@gmail.com