Rompiendo la resistencia al cambio en la dirección escolar

En la vida escolar, uno de los retos más grandes que enfrentan quienes asumen la dirección es la resistencia a modificar hábitos y formas de trabajo arraigadas. Cuando las costumbres de un centro educativo se han mantenido durante años, resulta complejo abrir paso a nuevas formas de hacer las cosas, aunque estas traigan beneficios para la mejora del clima escolar y de aprendizaje. No se trata solo de cambiar procedimientos, sino de comprender que cada cambio implica un reajuste en la manera en que las personas perciben y desarrollan su labor, así como en las relaciones que sostienen entre sí.

Este reto se vuelve más evidente cuando el cambio exige aprender nuevas habilidades o adoptar enfoques distintos a los que se han utilizado por largo tiempo. En la dirección escolar, impulsar estos aprendizajes implica fortalecer el trabajo colaborativo, acompañar a cada miembro del equipo y brindar el apoyo necesario para que todos puedan adaptarse sin sentir que su trabajo o identidad profesional se ve amenazada. El liderazgo en este proceso no solo se basa en dar instrucciones, sino en inspirar y generar confianza para que la comunidad educativa avance en conjunto.

A nivel cultural, la resistencia al cambio puede ser aún mayor cuando la institución goza de reconocimiento o estabilidad, ya que existe la percepción de que “no es necesario mover lo que ya funciona”. Sin embargo, una dirección comprometida con la mejora continua entiende que el contexto cambia y que el éxito pasado no garantiza la permanencia de un ambiente óptimo para el aprendizaje en el futuro. La visión estratégica del director o directora debe ir más allá de conservar lo que hay; debe buscar un desarrollo que permita responder a las nuevas necesidades de las niñas, niños y adolescentes.

Por último, las estructuras jerárquicas pueden convertirse en un obstáculo cuando hay posturas rígidas o luchas internas que dificultan la implementación de nuevas ideas. En estos casos, la labor directiva requiere habilidades de mediación, comunicación asertiva y construcción de consensos, para que los cambios no se perciban como imposiciones, sino como acuerdos que benefician a todos. Así, se logra que las transformaciones necesarias se lleven a cabo, fortaleciendo la cohesión del equipo, mejorando las relaciones laborales y generando un entorno propicio para que el aprendizaje florezca.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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El cambio organizacional

En el ámbito escolar, impulsar cambios duraderos no depende únicamente de propuestas bien intencionadas o de nuevos planes de trabajo. Existen aspectos profundamente enraizados que, si no se comprenden, pueden convertirse en obstáculos silenciosos para cualquier iniciativa de transformación. Uno de estos elementos clave es la cultura escolar: ese entramado de creencias, prácticas, formas de relación y significados compartidos que definen la vida cotidiana en cada comunidad educativa.

Michael Fullan (2007) señala con claridad que intentar transformar una organización educativa sin considerar su cultura es como querer plantar semillas en cemento. Esta metáfora nos recuerda que no basta con introducir nuevas propuestas, metodologías o lineamientos si no se toma en cuenta el contexto humano, emocional y simbólico en el que estas se insertan. Para que una propuesta florezca, necesita un terreno fértil, y ese terreno se construye a través de la confianza, la escucha, el trabajo colaborativo y la corresponsabilidad.

Quienes tienen a su cargo funciones de dirección escolar necesitan mirar más allá de los cambios estructurales o técnicos, y abrir espacios para comprender lo que mueve —y también lo que resiste— dentro de sus escuelas. Promover una mejora continua pasa por reconocer y valorar las prácticas que han funcionado, dialogar con los saberes del equipo docente, atender los climas de trabajo y tejer relaciones más humanas. De ese modo se genera una base sólida para avanzar colectivamente hacia transformaciones reales.

Cultivar la cultura escolar no significa resignarse a lo que ya existe, sino tener la sensibilidad y la inteligencia colectiva para transformar desde dentro, desde lo que se siente, se cree y se comparte. Así, el cambio no será una imposición, sino una construcción conjunta que beneficia el desarrollo de las niñas, niños y adolescentes. Porque cuando la cultura se cuida y se orienta, el aprendizaje florece.

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