¿Hasta dónde llega la responsabilidad docente?

La escuela debe ser un espacio seguro no solo para los estudiantes, sino también para quienes enseñan. Sin condiciones mínimas de certeza jurídica, la educación se debilita. Philippe Meirieu

El caso del maestro Esteban, en Mexicali, ha estremecido al magisterio nacional. Se trata de un docente con más de 25 años de servicio que hoy enfrenta una condena por omisión de cuidados tras la muerte de un alumno que sufrió una caída jugando fútbol dentro del plantel escolar. 

Lo que duele no es solo la tragedia de perder a un niño, sino el hecho de que, pese a haber actuado conforme a los protocolos establecidos, el maestro haya sido responsabilizado legalmente. Las evidencias apuntan a que Esteban atendió la situación como correspondía: auxilió al menor, notificó a los padres, acompañó el proceso médico y se mantuvo presente. Sin embargo, esto no fue suficiente para evitar una sentencia que pone en duda no solo su libertad, sino el sentido mismo de justicia hacia quienes dedican su vida a la educación.

La historia remueve nuevamente las entrañas de una profesión que, día a día, entrega todo por los alumnos, pero que también se enfrenta a riesgos invisibles. ¿Hasta qué punto recae sobre un maestro la responsabilidad de lo que sucede dentro de la escuela, incluso fuera del horario oficial de clases? ¿Qué margen existe para el error humano, para los imprevistos, para aquello que escapa a cualquier previsión? Lo más preocupante no es solo la sentencia en sí, sino el mensaje que deja: incluso haciendo lo correcto, incluso actuando con diligencia, el personal docente pueden ser penalizados. Este hecho no solo vulnera al maestro en cuestión, sino que siembra miedo entre quienes educan. ¿Quién querrá asumir responsabilidades cuando sabe que una desgracia podría convertirse en una condena?

El caso de Esteban no es aislado. Hace apenas unos meses, en Querétaro, la maestra Tere fue detenida injustamente por supuestos malos tratos, en un proceso marcado por irregularidades. Ambos casos revelan un patrón doloroso: la criminalización de la función docente, la facilidad con la que se les acusa sin pruebas contundentes y la ausencia de protocolos que los respalden ante situaciones críticas. En una época donde se demanda tanto del personal docente —que sean guías, mediadores, cuidadores, consejeros— resulta paradójico que, cuando más necesitan del respaldo institucional, se les deje solos.

La tragedia de un alumno nunca debe tomarse a la ligera. Pero el dolor no puede traducirse en castigos ejemplares sin base ni análisis justo. Necesitamos con urgencia protocolos claros y específicos de actuación legal que delimiten responsabilidades en situaciones de emergencia al interior de los centros escolares. No es justo que se espere que los maestros actúen como médicos, abogados o rescatistas, sin contar con la formación, recursos ni respaldo institucional para ello. La educación no puede seguir avanzando sobre la base del sacrificio desmedido y el abandono legal de quienes la sostienen.

Hoy más que nunca se requiere que el Estado, las autoridades educativas así como la Organización Sindical revisen este tipo de circunstancias y se abone en la construcción de un andamiaje jurídico que se ubique en este tipo de circunstancias al interior de los centros educativos. No se trata de eximir a nadie de responsabilidades reales, sino de reconocer que existen circunstancias comunes que se comparten a lo largo y ancho del país, en donde un maestro que actúa conforme a su deber debe ser protegido, no perseguido. Porque mientras eso no ocurra, cada maestro que entra a un aula lo hará con la sombra de la incertidumbre sobre su cabeza. Y una escuela donde reina el miedo, difícilmente puede ser un lugar seguro para aprender. Justicia para Esteban no es solo justicia para uno. Es justicia para todos los que, con vocación y humanidad, enseñan con el corazón. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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El error como aprendizaje

Quienes ejercen funciones directivas en los centros escolares enfrentan diariamente el reto de acompañar procesos de aprendizaje que no solo implican dominar contenidos académicos, sino también crear condiciones humanas, emocionales y pedagógicas que favorezcan el crecimiento integral de toda la comunidad educativa. En este contexto, uno de los elementos más poderosos para transformar las prácticas en las escuelas es la actitud que se asume frente al error.

Como lo señala Stenhouse (1987), aprender del error requiere humildad y apertura, pero también un entorno que promueva la reflexión como herramienta de transformación. Esto cobra especial relevancia en el ámbito directivo, ya que no basta con exigir resultados o implementar cambios sin considerar las condiciones humanas que los rodean. Se vuelve fundamental construir espacios en los que el error no se castigue, sino que se analice, se dialogue y se convierta en una oportunidad para avanzar.

Desde esta mirada, el papel del liderazgo escolar se orienta hacia el fortalecimiento del trabajo colaborativo, la mejora del clima escolar y el impulso de relaciones más horizontales entre quienes conforman la comunidad. Un entorno directivo que valora la reflexión por encima de la perfección fomenta la confianza, la participación activa del personal docente, y con ello, la mejora del ambiente de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

En última instancia, comprender y asumir esta perspectiva transforma la forma en que se lideran los centros escolares: ya no desde la búsqueda de controlar todo, sino desde el compromiso de construir colectivamente mejores condiciones para aprender, enseñar y convivir.

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La evaluación formativa. Un proceso profundo

“La evaluación no debe limitarse a registrar resultados, sino a comprender procesos; su finalidad no es sancionar, sino transformar la enseñanza”. Ángel Díaz Barriga

En cada rincón del país, las escuelas se erigen no solo como espacios de enseñanza, sino como escenarios vivos donde se construye día a día el tejido más fino del desarrollo humano. Aunque muchas veces invisibilizado, el trabajo que se realiza en estos centros escolares es monumental. Las maestras, los maestros y el personal educativo no solo cumplen con planes de estudio, sino que forjan posibilidades. 

Uno de los cambios más significativos y urgentes que vive la educación en México tiene que ver con la forma en que se concibe y se practica la evaluación del aprendizaje. Durante décadas, se operó bajo una lógica numérica, mecanicista, que redujo el esfuerzo de niñas, niños y adolescentes a una calificación, vender planeaciones y exámenes ya elaborados, a un promedio, a una etiqueta. Esa mirada fragmentaria deja de lado los procesos, las emociones, los avances individuales, los contextos culturales y las diversas formas de aprender.

Hoy, sin embargo, en muchas escuelas se respira otro aire. Una transformación profunda está en marcha. Una que propone una evaluación distinta: humana, cercana, constante, dialogada. Una evaluación que no se limita a señalar aciertos o errores, sino que entiende el error como una oportunidad de crecimiento. Que no mide solamente cuánto se sabe, sino cómo se aprende, cómo se construyen significados, cómo se vincula lo aprendido con la vida.

Esta nueva manera de evaluar no es una moda pedagógica ni un simple ajuste técnico. Es, en realidad, el eje de una transformación educativa con rostro humano. Se trata de una evaluación formativa, una práctica profesional que requiere observar con atención, escuchar con respeto, interpretar con criterio y actuar con ética. Implica construir junto con sus estudiantes un camino que permita reconocer sus avances, identificar sus retos y encontrar nuevas formas de enfrentarlos.

La evaluación formativa es una forma de confianza. En que cada estudiante puede mejorar si se le acompaña con herramientas pertinentes. En que el proceso vale tanto como el resultado. En que el aprendizaje no es una línea recta ni un estándar universal, sino una trayectoria única y valiosa.

Pero esta transformación no ocurre sola. Está sostenida por la formación, la experiencia y el compromiso de las y los docentes. Quienes, desde su conocimiento pedagógico y desde el análisis cotidiano de lo que ocurre en el aula, diseñan nuevas formas de enseñar, retroalimentar y acompañar. Quienes entienden que evaluar no es calificar, sino intervenir pedagógicamente para abrir nuevas puertas al aprendizaje.

También es un cambio que se construye colectivamente. En los espacios de diálogo profesional como los Consejos Técnicos Escolares, se intenta encontrar un espacio vital para reflexionar, compartir estrategias, discutir avances y consolidar una cultura de mejora continua. Se busca una nueva ética pedagógica: la que pone en el centro no el producto, sino el proceso; no el número, sino la experiencia; no la sanción, sino el acompañamiento.

Este cambio, sin duda, es uno de los más trascendentes del presente educativo. Porque una evaluación justa, situada, pertinente y formativa no sólo transforma la manera de enseñar: transforma la manera de mirar a las y los estudiantes, de reconocer su diversidad, de dignificar su esfuerzo, y de construir esperanza desde la escuela.

A quienes aún observan la educación desde fuera, vale la pena recordarles que lo que ocurre en las aulas no es repetición ni rutina. Es transformación en marcha. Es resistencia creativa frente a las inercias. Es una apuesta por la justicia desde lo más esencial: el aprendizaje. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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El Aprendizaje Basado en Problemas

«El Aprendizaje Basado en Problemas permite que los estudiantes construyan activamente su conocimiento a partir de situaciones auténticas, desarrollando habilidades cognitivas, sociales y afectivas.» — Savery, J. R., & Duffy, T. M.

En el día a día de los centros educativos, se despliegan prácticas pedagógicas complejas, innovadoras y profundamente transformadoras que muchas veces no son percibidas por quienes se encuentran fuera del entorno escolar. Una de estas prácticas es el Aprendizaje Basado en Problemas (ABP), una metodología que no solo favorece la adquisición de conocimientos, sino que potencia el pensamiento crítico, la colaboración, la creatividad y la construcción colectiva del saber.

Esta metodología no es improvisada ni arbitraria. Se fundamenta en un profundo conocimiento didáctico que el personal docente despliega a lo largo de seis momentos articulados que dan estructura al proceso. Desde una primera etapa de sensibilización donde se reflexiona sobre el contenido desde una mirada individual y colectiva, hasta la organización final de hallazgos y acuerdos, el ABP propone una ruta formativa rigurosa y creativa, que permite a los estudiantes adquirir conocimientos de forma significativa. En este sentido, el profesorado actúa como guía, facilitador y mediador, creando ambientes propicios para el pensamiento crítico, la autonomía y el trabajo colaborativo.

El esfuerzo que implica implementar este tipo de metodologías exige del personal docente una preparación constante y una sensibilidad profunda hacia las dinámicas del aula. No se trata solo de aplicar una técnica, sino de leer con atención los intereses del grupo, seleccionar los recursos pertinentes, articular objetivos de aprendizaje con problemas reales y acompañar el desarrollo de las habilidades investigativas. Todo ello requiere de un alto nivel de profesionalismo, experiencia y una vocación formativa que muchas veces escapa a los estereotipos que simplifican la labor docente.

Resulta necesario destacar que este tipo de enfoques pedagógicos no solo favorece el aprendizaje de contenidos curriculares, sino que también promueve habilidades esenciales para la vida en sociedad: aprender a escuchar, a negociar, a proponer, a colaborar, a organizar la información y a construir consensos. Así, mientras se desarrolla una secuencia didáctica basada en problemas, también se está educando para la ciudadanía, para el pensamiento ético y para la resolución creativa de conflictos.

En un contexto en el que las exigencias educativas son cada vez más complejas y donde las problemáticas sociales, emocionales y culturales de los estudiantes atraviesan el aula, reconocer y valorar estas herramientas pedagógicas es un acto de justicia hacia el trabajo docente. Los centros escolares no son espacios de simple instrucción, sino laboratorios vivos de conocimiento, en donde cada estrategia como el ABP se convierte en una oportunidad para transformar la experiencia educativa en una vivencia significativa.Por ello, resulta fundamental que la sociedad reconozca el valor de estas metodologías y del trabajo que se realiza en las aulas. Lo que ocurre al interior de las escuelas no es solo la transmisión de conocimientos, sino la construcción de ciudadanías críticas, responsables y comprometidas. Cada problema abordado desde esta metodología es una oportunidad para sembrar en las y los estudiantes una actitud transformadora frente al mundo. Y detrás de cada una de esas oportunidades, hay una maestra o un maestro que, con sabiduría y compromiso, lo hizo posible. Porque la educación es el camino….

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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📌 La importancia de vivir el presente para fortalecer el liderazgo escolar

En la vida escolar, quienes ejercen la función directiva se enfrentan constantemente a decisiones que requieren equilibrio emocional, pensamiento claro y capacidad para generar vínculos saludables. En muchas ocasiones, el estrés y la ansiedad surgen cuando la atención se centra demasiado en errores del pasado o en preocupaciones excesivas por el futuro. Esta actitud no solo impacta el bienestar de quien dirige, sino que también influye de forma directa en el ambiente escolar y, por ende, en los procesos de aprendizaje.

Thich Nhat Hanh, maestro zen y defensor de la atención plena, nos recuerda que la clave para manejar el estrés es regresar al momento presente con calma y claridad. Esta enseñanza es particularmente valiosa para quienes tienen bajo su responsabilidad la conducción de una comunidad educativa. Estar presentes permite no solo tomar decisiones más acertadas, sino también escuchar con mayor empatía, atender con mayor profundidad y relacionarse de forma más humana con cada miembro del colectivo escolar.

Cuando una directora o director logra habitar el presente con serenidad, se favorece el fortalecimiento del trabajo colegiado, se mejora el clima escolar y se generan condiciones más saludables para el diálogo y la resolución de conflictos. Esto, a su vez, repercute en mejores relaciones laborales entre el personal docente, administrativo y de apoyo, generando un entorno más armónico que favorece el aprendizaje de las niñas, niños y adolescentes.

Vivir el presente no es una frase vacía. Es una práctica que puede transformar los espacios escolares en comunidades más humanas, conscientes y comprometidas. Porque una dirección serena, empática y presente, es el inicio de una escuela más justa, más amable y más significativa para todos.

🟠 Si te resultó útil esta reflexión, compártela. Fortalecer el liderazgo desde el interior es también construir escuelas más humanas.

Dirección para el futuro

En el ejercicio de la función directiva dentro de los centros escolares, uno de los desafíos más constantes es el equilibrio entre atender lo inmediato y, al mismo tiempo, mantener la mirada puesta en aquello que aún no ha ocurrido, pero que es deseable construir. En este sentido, resulta sumamente reveladora la afirmación de Ronald Heifetz, quien expresa que “el liderazgo es una conversación constante entre el presente y el futuro”. Esta idea nos invita a comprender que liderar no se trata solo de resolver los problemas del día a día, sino también de proyectar, imaginar y construir escenarios que favorezcan el bienestar integral de nuestras comunidades escolares.

Cuando una persona directora asume su rol desde esta conciencia, es capaz de propiciar condiciones para el fortalecimiento del trabajo colaborativo entre docentes, personal administrativo, estudiantes y familias. De esta forma, se genera una sinergia que no solo permite atender con mayor sensibilidad y acierto los desafíos cotidianos, sino que también allana el camino hacia transformaciones más profundas y sostenidas. El liderazgo entendido así, como un diálogo entre lo que se es y lo que se aspira a ser, permite avanzar hacia la mejora del clima escolar, la construcción de relaciones laborales más sanas y respetuosas, y, en consecuencia, la creación de ambientes de aprendizaje mucho más favorables para niñas, niños y adolescentes.

Quienes ocupan cargos directivos deben recordar que su labor tiene una dimensión ética, pedagógica y humana que impacta directamente en la manera en que se vive la escuela. Dirigir una institución educativa no es solo una tarea técnica, sino una responsabilidad profundamente vinculada con la esperanza. Una esperanza que se encarna en cada estrategia de acompañamiento docente, en cada espacio de escucha a las y los estudiantes, en cada esfuerzo por construir una comunidad que sepa convivir, aprender y crecer junta.

Por ello, este llamado a mantener abierta la conversación entre el presente y el futuro no es menor. Es una invitación a reflexionar, a repensar y a actuar desde la convicción de que la escuela puede ser un espacio de transformación social si quienes la dirigen asumen con claridad y compromiso su papel como promotores de un horizonte más justo, más humano y más pleno para todas y todos.

Espacio, poder y género en las escuelas

“La escuela transmite y legitima una cultura dominante a través de prácticas invisibles que perpetúan las desigualdades.” – Bourdieu, P. y Passeron, J.C.

En pocas ocasiones nos detenemos a ver como lo que sucede al interior de los centros educativos es, tanto un reflejo de lo que se advierte al interior de los hogares, cómo el efecto que tiene por la manera en que, en forma aparentemente inocente e inadvertida, se desarrolla la configuración de espacios de apropiación que toman al moverse las niñas, niños y adolescentes en los patios de recreo y espacios escolares.

Cada día, miles de niñas, niños y adolescentes transitan los espacios de los centros escolares, sin que nos detengamos a pensar en cómo estos entornos físicos también educan y modelan conductas, valores y percepciones sobre el mundo y sobre sí mismos. Los patios escolares, por ejemplo, lejos de ser simples lugares de recreo, funcionan como escenarios donde se reflejan y reproducen patrones sociales profundamente arraigados. Al observar cómo se distribuyen en ellos los cuerpos, cómo se ocupan los espacios y quiénes acceden al centro o se mantienen en los márgenes, podemos advertir dinámicas que perpetúan desigualdades y, sin proponérselo, refuerzan roles de género que luego se trasladan a otros ámbitos de la vida social.

Es común encontrar que los niños tienden a ocupar el centro del patio, dominando las zonas de mayor visibilidad y movimiento, mientras que las niñas se desplazan en los bordes, en espacios secundarios o menos dinámicos. Esta distribución espacial no es trivial. Habla de cómo se internalizan desde edades tempranas las jerarquías de poder, la apropiación del espacio público, la visibilidad y el protagonismo. Lo que parece una elección libre es, muchas veces, resultado de una estructura que ha sido pensada desde una mirada poco sensible a la equidad, que no se ha cuestionado el valor simbólico y funcional de cada rincón del entorno escolar.

Al permitir y no cuestionar estas ocupaciones desiguales, se siembran semillas que germinan en relaciones de pareja marcadas por el control, la invisibilización o la sumisión, en ambientes laborales donde algunas voces tienen más peso que otras, en vínculos sociales donde la presencia de unas y otros no tiene el mismo valor ni genera las mismas posibilidades. De ahí que visibilizar esta realidad sea el primer paso hacia la transformación. No se trata únicamente de rediseñar los patios, sino de rediseñar nuestras prácticas, nuestras formas de mirar y de intervenir en lo cotidiano, para que todos y todas tengan acceso equitativo a los espacios y a lo que estos simbolizan: la oportunidad de jugar, convivir, aprender y expresarse con libertad.

Incorporar esta perspectiva en el diseño escolar no es una tarea menor. Implica voluntad institucional, formación docente con enfoque de género, participación de la comunidad educativa y sobre todo, una sensibilidad social que nos permita entender que la equidad comienza en los detalles. Reconfigurar el uso de los espacios no solo mejora el ambiente escolar, sino que incide en la construcción de una sociedad más justa, en donde hombres y mujeres puedan establecer relaciones más sanas, basadas en el respeto, la corresponsabilidad y el reconocimiento mutuo.

Conscientes de ello, es momento de pasar de la observación a la acción. No basta con notar la desigualdad; hay que intervenir sobre ella. Redistribuir espacios, promover juegos inclusivos, diversificar las actividades, revisar las normas implícitas del recreo y, sobre todo, dialogar con niñas y niños para hacerlos parte de una transformación que les pertenece. Así, el patio escolar puede convertirse en un verdadero laboratorio de equidad y convivencia democrática, sembrando desde la infancia las bases de una sociedad más armoniosa y respetuosa. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Licenciado en Derecho.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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Micromachismos

“Los micromachismos son la expresión más cotidiana y aceptada de la violencia de género. Por eso son tan peligrosos: porque no parecen violencia, pero la sostienen.”  Irantzu Varela

El avance social en temas de equidad de género no es casual y la escuela representa el más valioso elemento con el que se cuenta para mostrar los elementos que estando a la vista no los vemos. Gran labor del magisterio que lo hace visible.

A menudo, la sociedad tiene una visión limitada del trabajo que se realiza en los centros educativos. Este desconocimiento impide apreciar la complejidad de las tareas pedagógicas que se llevan a cabo para garantizar el aprendizaje integral de niñas, niños y adolescentes. Una de esas labores esenciales, y que con frecuencia pasa desapercibida, es la identificación y atención de dinámicas de desigualdad y violencia sutil que afectan el desarrollo de estudiantes, como es el caso de los micromachismos.

Los micromachismos son formas encubiertas, sutiles y casi imperceptibles de ejercer dominación masculina, profundamente arraigadas en nuestra cultura. Lejos de ser expresiones agresivas o evidentes de violencia, se manifiestan en gestos cotidianos, actitudes normalizadas y comentarios que perpetúan relaciones de poder desiguales. Son, como lo expresa Bonino, una violencia “blanda” que mina lentamente la autonomía, el autoestima y la capacidad de decisión de las mujeres, adolescentes y niñas.

Estos patrones suelen aprenderse desde el hogar y se trasladan a los espacios escolares, donde pueden reproducirse si no se detectan a tiempo. Por ejemplo, cuando se asume que una alumna debe ser la encargada de la limpieza del aula “porque lo hace mejor”, o cuando se interrumpe constantemente a las niñas durante una exposición, o se duda de sus opiniones “por ser emocionales”. También se refleja en la validación de frases como “los celos son una prueba de amor” o “quien bien te quiere, te hará llorar”, que alimentan un modelo afectivo basado en la posesión y el control.

Es en este contexto donde cobra importancia la labor docente. El personal directivo y de grupo, con su experiencia, estudios y capacidad de análisis contextual, posee las herramientas necesarias para detectar estos patrones y trabajar en su transformación. Las intervenciones pueden ser pedagógicas, afectivas y normativas. Desde cuestionar estereotipos presentes en los libros de texto, hasta promover relaciones equitativas mediante actividades cooperativas, el personal docente actúa como un mediador que facilita una toma de conciencia individual y colectiva en el aula.

El papel del centro educativo se convierte entonces en un espacio privilegiado para contrarrestar los efectos nocivos de estas prácticas. No se trata solo de enseñar contenidos académicos, sino de formar ciudadanos y ciudadanas con pensamiento crítico, con capacidad para cuestionar lo que parece “normal” y para construir relaciones igualitarias.

Además, cuando el trabajo escolar se vincula con las familias, se abren posibilidades reales de transformación. Las propuestas de corresponsabilidad en las tareas domésticas, el uso de lenguaje incluyente, la validación emocional de todas las y los estudiantes sin distinción de género, o el cuestionamiento de frases discriminatorias, son formas de intervenir desde la raíz en la reproducción de la desigualdad.

Por eso, es urgente reconocer que educar no es solo transmitir conocimiento: también es construir justicia social desde la infancia. La escuela tiene el potencial de ser el primer espacio donde niñas, niños y adolescentes aprenden que el respeto, la equidad y la dignidad no son negociables. En este desafío, cada maestro, cada maestra y cada integrante de la comunidad escolar tiene un rol fundamental que, lejos de ser sencillo, demanda sensibilidad, preparación y una profunda vocación de transformación. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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Pedagogía o didáctica

«Sin teoría pedagógica, la didáctica se convierte en una serie de recetas; sin didáctica, la pedagogía es una filosofía sin impacto práctico.» — Philippe Meirieu

Es común, para quienes no se encuentran cerca del ámbito educativo, pensar que pedagogía y didáctica son términos equivalentes, sin embargo, a pesar de que son de uso común en los centros educativos, bien vale la pena hablar de lo que implica cada una de ellas en el la educación.

La diferencia entre didáctica y pedagogía es esencial en el ámbito educativo, aunque a menudo estas palabras se usen indistintamente. Ambas cumplen roles específicos en la enseñanza y el aprendizaje, dotando de sentido y estructura al proceso educativo, pero se diferencian en su enfoque y aplicación.

La pedagogía se puede entender como la ciencia que estudia la educación en un sentido amplio. Es un campo de conocimiento que se enfoca en investigar, analizar y proponer teorías y modelos sobre cómo las personas aprenden y cómo se puede optimizar ese aprendizaje en diferentes contextos. La pedagogía abarca aspectos filosóficos, sociológicos, psicológicos y antropológicos de la educación, buscando comprender los factores que intervienen en el desarrollo educativo. Por ejemplo, un investigador podría estudiar cómo las condiciones socioeconómicas de un grupo de estudiantes afectan su rendimiento académico, o cómo diferentes estilos de liderazgo directivo en una escuela influyen en la motivación del personal docente. La pedagogía formula preguntas sobre el “qué” y el “por qué” de la educación, sentando las bases teóricas que guían el proceso educativo.

Por otro lado, la didáctica es una disciplina que se enfoca en la práctica de la enseñanza, es decir, en el “cómo” se lleva a cabo el proceso educativo. La didáctica se encarga de desarrollar y aplicar métodos, estrategias y técnicas específicas que faciliten el aprendizaje en el aula. Si la pedagogía establece el marco teórico de lo que se quiere lograr en la educación, la didáctica actúa como su aplicación práctica, permitiendo a las y a los docentes implementar esos principios de manera efectiva. Por ejemplo, un docente que enseña matemáticas en primaria puede utilizar la didáctica para diseñar actividades de aprendizaje activo, como juegos de lógica o problemas visuales, que hagan el aprendizaje más accesible y atractivo para los estudiantes. La didáctica no solo se preocupa por los contenidos que deben enseñarse, sino también por cómo adaptarlos a las características y necesidades de cada grupo de estudiantes.

Comprender la diferencia entre estos términos permite revalorar el trabajo en las organizaciones educativas. La pedagogía aporta una visión amplia y fundamentada sobre cómo debería desarrollarse el aprendizaje, mientras que la didáctica traduce esa visión en prácticas concretas. En un centro educativo, ambos conceptos son esenciales: la pedagogía orienta las decisiones estratégicas y el diseño de programas, mientras que la didáctica guía las interacciones diarias entre docentes y estudiantes, facilitando que el conocimiento se transfiera de manera efectiva y significativa.

Así, la pedagogía y la didáctica no solo enriquecen la práctica educativa, sino que la dotan de propósito y dirección. Mientras que la pedagogía define el “por qué” y el “qué” de la educación, la didáctica concreta el “cómo” en el aula, garantizando que el conocimiento se transfiera de manera efectiva y que los estudiantes puedan alcanzar sus objetivos de aprendizaje. Valorar ambas disciplinas es esencial para reconocer el esfuerzo y el trabajo que se lleva a cabo en las instituciones educativas, donde la teoría y la práctica se unen para construir experiencias de aprendizaje significativas y transformadoras. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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Una dirección con base en la colaboración

En el ámbito educativo, ejercer un liderazgo transformador requiere mucho más que establecer lineamientos o conducir procesos. Implica, como bien señala Michael Fullan, construir relaciones sólidas y ser capaces de resolver los problemas que surgen en la vida escolar diaria con creatividad y de manera colaborativa. Este enfoque coloca en el centro a las personas y la manera en que interactúan dentro del espacio escolar, especialmente cuando se trata de quienes asumen la responsabilidad directiva.

Para quienes ejercen la dirección en los centros escolares, esta reflexión se convierte en una guía esencial. Una escuela donde se cultivan relaciones basadas en la confianza, el respeto mutuo y la escucha activa es también una escuela donde el trabajo colaborativo fluye de manera más natural, el ambiente laboral se fortalece, y los vínculos profesionales se tornan más empáticos y solidarios. Desde esta perspectiva, el fortalecimiento del trabajo directivo no puede desligarse de la promoción de espacios en los que todas las voces tengan cabida y en donde la resolución de conflictos no dependa únicamente de la autoridad, sino de la construcción conjunta de soluciones.

La mejora del clima escolar y del entorno de aprendizaje es una consecuencia directa de un liderazgo que apuesta por la colaboración. Cuando las y los docentes sienten que su voz importa, que sus opiniones son tomadas en cuenta, y que cuentan con el respaldo de su dirección, es más probable que se involucren en procesos de mejora continua, que compartan estrategias y que construyan una cultura profesional que favorezca el bienestar colectivo.

Todo esto impacta profundamente en la experiencia educativa de niñas, niños y adolescentes. Ellos y ellas aprenden mejor en ambientes donde los adultos trabajan en armonía, donde las tensiones se resuelven con creatividad y donde el diálogo se convierte en herramienta cotidiana. Así, el liderazgo basado en relaciones sólidas no solo transforma la dinámica institucional, sino que abre camino para aprendizajes más significativos y duraderos.

15 de mayo. Dignificar la docencia… transformar la educación

«No puede haber reforma educativa real si no se reconoce a los docentes como actores principales del cambio y se les brinda una formación, reconocimiento y condiciones laborales dignas.» Philippe Meirieu

El 15 de mayo en México se celebra el Día de la Maestra y del Maestro, una fecha para reconocer la labor insustituible que realizan quienes dedican su vida a la enseñanza. Pero más allá de las flores, festivales o discursos conmemorativos, es un momento propicio para reflexionar con seriedad sobre las condiciones en las que se ejerce la docencia. Desde hace décadas, el magisterio ha insistido en la necesidad de contar con un sistema justo, transparente y funcional para los procesos de selección, admisión, promoción y reconocimiento, como base para garantizar una estabilidad laboral permanente y duradera.

Durante el sexenio del presidente Peña Nieto, la imposición de la reforma educativa, encuadrada en el llamado Pacto por México, provocó un quiebre en la relación con el magisterio, al introducir evaluaciones punitivas con el SPD, eliminar el escalafón y debilitar los derechos laborales adquiridos en donde se creó la frase de “Evaluación si, pero no asi”. Aunque durante el gobierno del presidente López Obrador se revirtieron algunos de esos elementos y se creó la USICAMM, la experiencia ha demostrado que el cambio de nombre no supuso una transformación de fondo. La frase popularizada por muchos docentes de “vivimos el mismo infierno con diferente diablo” resume la decepción frente a un sistema que no terminó de corregir los errores del anterior.

Los reclamos son contundentes. Criterios de evaluación poco claros, publicados tarde, modificados sobre la marcha y difundidos con escasa claridad, generan incertidumbre y vulneran la confianza. La burocracia excesiva, con procesos redundantes y repetitivos, entorpece el desarrollo profesional de maestras y maestros. La inestabilidad de las plataformas digitales, que fallan justo cuando más se necesitan: en momentos clave de registro, entrega de documentos o postulaciones, obligando a repetir trámites o incluso quedando fuera del sistema.

Las críticas también apuntan a problemas estructurales: desde la falta de personal en las oficinas que atienden los procesos, hasta la falta de transparencia en las plazas, asignaciones y promociones. La inequidad en el acceso a las promociones verticales, las inconsistencias en la asignación de citas, la imposibilidad de cambio de adscripción por reglas rígidas y absurdas como el “candado de dos años”, y la exclusión de figuras como los ATP’s de Tercera y Cuarta generación, configuran un escenario de profunda insatisfacción y frustración profesional.

Ante este panorama, el llamado que se hace no es menor. Este nuevo modelo debe garantizar procesos más justos y transparentes, reglas claras y permanentes, sistemas tecnológicos de primer nivel, atención oportuna y humana, así como mecanismos reales de reconocimiento profesional que se traduzcan en mejoras salariales y condiciones dignas para el retiro. No se trata solamente de corregir errores administrativos, sino de sentar las bases de una política educativa de largo plazo que valore el trabajo docente como pilar del derecho a la educación.

Reconocer al magisterio en su día es también tener la valentía de escuchar sus reclamos. Es comprender que un sistema docente sólido no solo beneficia al trabajador de la educación, sino que impacta directamente en la calidad del aprendizaje. Las niñas, niños y adolescentes merecen aulas con maestras y maestros motivados, respaldados por un sistema que les brinde certeza y desarrollo profesional continuo. ¿Qué mejor manera de celebrarlo? Porque la educación es el camino…

Docente y Abogado. 

Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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Metodologías sociocríticas en el marco de la NEM

La educación debe ser un acto de libertad, y no de domesticación. El aprendizaje significativo ocurre cuando los estudiantes son parte activa del proceso y no meros receptores de contenidos. Paulo Freire

En nuestra sociedad suele circular una imagen simplificada y, en ocasiones, equivocada de lo que ocurre en las escuelas. La realidad es mucho más compleja, rica y desafiante. Implica no solo enseñar contenidos, sino construir experiencias formativas que promuevan la reflexión, el compromiso con la comunidad, la resolución de problemas reales, el trabajo colaborativo y el pensamiento crítico.

Las metodologías sociocríticas que se están impulsando en el marco de la Nueva Escuela Mexicana, son estructuras didácticas cuidadosamente diseñadas. Estas metodologías —que contemplan el aprendizaje basado en proyectos comunitarios, la indagación científica con enfoque STEAM, la resolución de problemas sociales y el aprendizaje-servicio— colocan a sus estudiantes como protagonistas de su proceso de aprendizaje, no como receptor pasivo de información.

Por ejemplo, cuando un grupo escolar se involucra en el desarrollo de un proyecto para resolver una problemática de su comunidad, no sólo están trabajando contenidos curriculares: están formando ciudadanía. Están aprendiendo a identificar problemas reales, a investigar, a dialogar, a coordinarse, a proponer soluciones viables y a presentar resultados con sentido ético y compromiso social. Detrás de ello, hay fases meticulosamente planeadas: desde la identificación del tema y la organización del equipo, hasta la acción concreta, la intervención social y la evaluación reflexiva. Nada de esto ocurre de manera improvisada.

En el ámbito de las ciencias, los estudiantes no solo aprenden fórmulas o leyes, sino que indagan con finalidad científica. Identifican problemas, plantean preguntas, explican fenómenos, extraen conclusiones, diseñan soluciones tecnológicas y las evalúan críticamente. En este tipo de trabajo, el error deja de ser algo que se penaliza, y se convierte en una fuente de aprendizaje.

También se promueve el desarrollo de experiencias pedagógicas que vinculan el conocimiento con los valores humanos y la convivencia en sociedad. Los estudiantes son guiados para entender la realidad, reconocer los conflictos sociales, discutir sobre ellos y proponer soluciones que incluyan el respeto, la empatía y la justicia. Es un ejercicio permanente de formación ética que prepara a las y los jóvenes para la vida democrática.

Y en el caso del aprendizaje servicio, se consolidan experiencias donde las niñas, niños y adolescentes ponen en práctica lo aprendido en beneficio de otros. Son ellos quienes identifican necesidades, organizan actividades, colaboran con actores sociales y reflexionan sobre el impacto de sus acciones. Esto fortalece no solo su aprendizaje académico, sino su sentido de pertenencia, responsabilidad social y compromiso con su entorno.

Nada de esto sería posible sin el conocimiento, la sensibilidad y la experiencia del personal docente. Estas metodologías requieren un nivel alto de preparación, dominio pedagógico, habilidad para adaptar las herramientas didácticas al contexto y, sobre todo, un compromiso ético con la formación integral de sus estudiantes. No basta con conocer los pasos de una metodología; hay que saber cuándo y cómo aplicarlos, cómo adaptarlos a la realidad del grupo y cómo acompañar a los estudiantes para que el proceso tenga verdadero sentido.

Así, en las escuelas no sólo se enseña: se construye ciudadanía, se cultiva el pensamiento crítico, se genera conciencia social y se siembra la esperanza de un país mejor. Las metodologías sociocríticas no son una moda, son una forma concreta y profundamente humana de hacer educación en un país que quiere y necesita transformarse desde sus aulas. Y detrás de esa transformación, está el trabajo profesional, muchas veces silencioso pero siempre fundamental, de maestras, maestros y directivos que día a día hacen posible que estas experiencias sean realidad. Porque la educación es el camino…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann.

Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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Una dirección que crea las condiciones para el aprendizaje

Una de las claves más profundas del liderazgo en los centros educativos no radica únicamente en la capacidad de decidir, sino en la sensibilidad y visión para generar las condiciones adecuadas que permitan que otras personas puedan tomar las mejores decisiones posibles. Esta reflexión, atribuida al reconocido investigador Andy Hargreaves, nos invita a mirar el liderazgo escolar desde una perspectiva más humana y transformadora.

Quienes ejercen la dirección en una escuela tienen en sus manos mucho más que la conducción de un plantel: son generadores de ambientes donde el trabajo colectivo cobra sentido, donde el acompañamiento entre pares se fortalece, y donde el bienestar de todos los miembros de la comunidad escolar se vuelve una prioridad cotidiana. Cuando las condiciones son adecuadas, florece el trabajo colaborativo, se renuevan las relaciones laborales y se da paso a una convivencia más armónica.

El fortalecimiento del trabajo directivo va de la mano con la creación de entornos que propicien la participación, la escucha activa y la toma de decisiones compartida. Es en estos espacios donde se cultiva un clima escolar positivo, un ambiente de aprendizaje estimulante, y una cultura organizacional que valora tanto el desarrollo profesional como el crecimiento personal de cada integrante de la comunidad educativa.

En este sentido, el liderazgo escolar es un acto profundamente ético y relacional, que transforma no desde la imposición, sino desde la construcción conjunta. Y es ahí donde se encuentran los cimientos para que niñas, niños y adolescentes aprendan con mayor profundidad, en un entorno donde la confianza, la responsabilidad compartida y el acompañamiento genuino se vuelven parte esencial del día a día.

Dirigir no es dominar

En el camino de quienes asumen la responsabilidad de dirigir una escuela, es fundamental comprender que el verdadero liderazgo no se basa en imponer, sino en inspirar. Daniel Goleman, experto en inteligencia emocional, nos recuerda que liderar no es dominar, sino persuadir a las personas para trabajar hacia una meta común, haciendo de la inteligencia emocional un elemento central en este proceso.

Esta visión del liderazgo es especialmente importante en el contexto educativo, donde el fortalecimiento del trabajo colaborativo, el desarrollo de un ambiente de respeto y confianza, y la mejora del clima escolar son esenciales para alcanzar mejores resultados en el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Quienes ejercen la función directiva no solo organizan o administran, sino que tienen en sus manos la posibilidad de construir comunidades escolares más empáticas, solidarias y comprometidas.

Cuando las directoras y directores promueven un liderazgo basado en la persuasión y en la comprensión emocional de su equipo, se favorecen relaciones laborales más armónicas y se potencia el compromiso genuino de cada persona con el proyecto educativo común. Esto, a su vez, impacta de manera positiva en la mejora del ambiente escolar y en la construcción de espacios donde el aprendizaje se vive con entusiasmo, curiosidad y sentido de pertenencia.

Así, la tarea de liderar una escuela trasciende las tareas cotidianas: se convierte en un ejercicio constante de motivar, de acompañar y de generar confianza. En este contexto, el cultivo de habilidades como la escucha activa, la empatía y la capacidad de gestionar emociones no solo fortalecen el trabajo directivo, sino que también siembran la semilla de un entorno educativo más humano, donde cada estudiante puede crecer y aprender en un espacio que reconoce y valora su dignidad. Porque la educación es el camino…

Las vacaciones del magisterio

“Educar es una práctica de exposición continua. Y todo lo que se expone se desgasta. Por eso, cuidar a quien educa es también cuidar la posibilidad de seguir educando.” Marina Garcés

Resulta relativamente frecuente encontrar personas, sobre todo en ciertos medios de comunicación y redes sociales, que hacen mofa e incluso corajes por los días de vacaciones que tiene el personal que trabaja en los centros escolares, dejando ver un profundo desconocimiento -porque nunca lo han hecho- de lo que realmente significa el pararse frente a un grupo de 40 o más niñas, niños o adolescentes con diferentes contextos, personalidades, problemáticas y características para trabajar una sesión de clase para ver el desgaste que significa.

A menudo se piensa que el trabajo del personal educativo se limita únicamente a enseñar contenidos escolares y a disfrutar de extensos periodos vacacionales. Sin embargo, esta percepción omite una realidad profunda, compleja y emocionalmente intensa que acompaña a quienes eligen la docencia como vocación. En las escuelas no solo se imparten conocimientos; se construyen vínculos, se sostiene emocionalmente a niños y adolescentes, y se responde con compromiso a los múltiples desafíos que se presentan en cada jornada escolar.

El acto de enseñar es solo la superficie visible de una labor que implica cargar con realidades invisibles: las emociones de los alumnos, sus historias familiares, sus miedos, sus frustraciones, sus sueños y, muchas veces, sus silencios. Los docentes no solo transmiten contenidos académicos, también contienen, motivan, escuchan, consuelan y, en ocasiones, se convierten en figuras significativas para estudiantes que no encuentran ese soporte en otros espacios. Cada día, el personal educativo planea, evalúa, ajusta estrategias, innova y se reinventa para responder con sensibilidad a los contextos cambiantes y desafiantes en los que trabajan.

Detrás de cada clase hay horas de preparación, análisis, reflexión y formación continua. La profesión docente exige una actualización constante, no solo en lo disciplinar, sino también en lo emocional, pedagógico y humano. Estar presente en el aula implica sostener la presencia afectiva incluso cuando el propio cansancio se vuelve abrumador, cuando la carga administrativa desborda, cuando las condiciones laborales no son óptimas, y aun así, se sigue caminando con pasión y responsabilidad.

Es por ello que las pausas que se les otorgan no deben verse como un privilegio injustificado, sino como una necesidad vital para recargar energías, reflexionar, respirar y recuperar el entusiasmo por enseñar. Valorar al personal educativo implica reconocer su formación académica, su capacidad de análisis, su experiencia y su entrega diaria, elementos que constituyen el cimiento del aprendizaje de generaciones enteras.

Frente a la complejidad de los retos sociales, emocionales y académicos que atraviesan niñas, niños y adolescentes, el papel de quienes están al frente de los grupos se vuelve esencial y estratégico. Es tiempo de que la sociedad comprenda, valore y respalde con convicción el trabajo que se realiza en las aulas, entendiendo que educar no es solo enseñar, sino también acompañar, transformar y dejar huella. Por todo esto, cada persona que labora en los centros escolares merece respeto, reconocimiento y, por supuesto, el descanso que fortalece su vocación. Porque la educación es el camino…