El lenguaje que construye escuela

La manera en que una directora o un director se comunica no es un asunto menor ni se limita a transmitir información. Cada palabra, cada tono, cada pausa, cada conversación, construye vínculos, genera certezas o dudas, alienta o desalienta, promueve la participación o el silencio. Antonio Bolívar (2006) lo expresa con claridad al señalar que el lenguaje del directivo no solo comunica, sino que también construye realidad. Esta afirmación implica una profunda responsabilidad para quienes ejercen la función directiva en los centros escolares.

Cuando el lenguaje se vuelve autoritario, unilateral o despectivo, los espacios educativos se vuelven rígidos, tensos y desmotivadores. Por el contrario, cuando el lenguaje nace del respeto, la escucha y el deseo de construir comunidad, se abren caminos para el entendimiento, la colaboración, la solución conjunta de problemas y, sobre todo, para fortalecer el trabajo conjunto de las y los docentes, personal de apoyo y familias. Hablar desde la comunidad no es solo utilizar un tono amable, sino posicionarse como parte de un colectivo que busca lo mejor para las y los estudiantes.

Para quienes dirigen escuelas, comprender la dimensión formativa del lenguaje es un paso esencial para impulsar procesos de mejora en todos los niveles de la vida institucional. El modo en que se recibe a una madre o padre de familia, el tono que se emplea con el equipo docente, la forma en que se aborda un conflicto, la manera en que se celebra un logro o se enfrenta un error, todo ello configura el ambiente de trabajo y, con ello, el ambiente en el que aprenden las niñas, niños y adolescentes.

El lenguaje del directivo, cuando es consciente, respetuoso y orientado al bien común, no solo mejora las relaciones laborales y la colaboración entre pares, sino que permite transformar la escuela en un espacio de encuentro, corresponsabilidad y sentido colectivo. Porque crear escuela con otros es, antes que nada, reconocer que lo que decimos y cómo lo decimos, deja huella.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Lo incierto como oportunidad para fortalecer la función directiva

El ejercicio de la dirección escolar conlleva una enorme responsabilidad que no siempre transita por caminos claros ni certezas absolutas. En el quehacer diario, las y los directivos se enfrentan con frecuencia a situaciones en las que las respuestas no son blancas o negras, sino escenarios llenos de matices, contradicciones y posibilidades diversas. Lejos de ser un obstáculo, lo incierto puede convertirse en un terreno fértil para el crecimiento personal, el fortalecimiento del trabajo colectivo y la construcción de ambientes más favorables para el aprendizaje.

Aceptar que no todo puede resolverse desde una mirada rígida implica cultivar la apertura, la capacidad de escuchar con empatía y la disposición para considerar que distintas perspectivas pueden enriquecer las decisiones que se toman. La flexibilidad y la curiosidad ante lo incierto permiten a las y los directivos ampliar su visión y encontrar soluciones creativas que fortalezcan tanto la vida escolar como la convivencia cotidiana. Esto abre la puerta a un proceso de mejora continua en el que se valoran las diferencias y se construyen respuestas conjuntas, lo cual impacta de manera positiva en el clima escolar.

Lo incierto, cuando se asume con serenidad y apertura, ayuda a disminuir tensiones y favorece que los equipos de trabajo se sientan escuchados y valorados. Así, la función directiva se convierte en un espacio donde las diferencias no generan ruptura, sino posibilidades de diálogo y acuerdos compartidos. De este modo, se mejora la colaboración entre docentes, se fortalecen las relaciones laborales y se impulsa un ambiente armónico que repercute directamente en el aprendizaje y bienestar de niñas, niños y adolescentes.

En este sentido, la dirección escolar se consolida como un proceso de acompañamiento y construcción colectiva, en el que la diversidad de ideas, experiencias y expectativas se transforma en una riqueza que fortalece la tarea educativa. Las y los directivos que desarrollan la capacidad de convivir con lo incierto y lo cambiante, no solo toman mejores decisiones, sino que también modelan una actitud de apertura y resiliencia que inspira a toda la comunidad escolar.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Adolescentes conectados, emociones fragmentadas

La presencia creciente de dispositivos móviles en la vida cotidiana de niñas, niños y adolescentes ha abierto muchas posibilidades: acceso a la información, comunicación inmediata, entretenimiento sin fronteras, entre otros. Sin embargo, también ha traído consigo desafíos profundos que impactan directamente el entorno escolar, familiar y social. Jean Twenge ha documentado con claridad una tendencia preocupante: el incremento en el uso de pantallas coincide con un aumento alarmante en los niveles de ansiedad, depresión y aislamiento en las juventudes.

Para quienes ejercen la función directiva, esta realidad no puede pasar desapercibida. Las escuelas no son islas aisladas de lo que ocurre en la vida digital de sus estudiantes. Por el contrario, son uno de los principales espacios donde se pueden identificar los efectos emocionales, sociales y académicos de esta hiperconectividad. En este sentido, es crucial reflexionar y actuar desde una perspectiva que priorice la construcción de ambientes protectores, la mejora del clima de aprendizaje y la creación de vínculos sólidos entre estudiantes, docentes, directivos y familias.

La dirección escolar tiene un papel central en la construcción de acuerdos colectivos para regular el uso de dispositivos dentro de los centros educativos. Esta regulación no debe ser punitiva, sino formativa, con base en el diálogo, la escucha activa y el acompañamiento emocional. Es necesario que las escuelas se conviertan en lugares donde se promueva una convivencia digital responsable, donde se fomente el bienestar emocional y donde se valore el uso consciente de la tecnología.

Además, esta reflexión debe ir de la mano con el fortalecimiento del trabajo colaborativo entre los diferentes actores escolares. Solo desde una mirada conjunta y sensible a las realidades de los estudiantes, se podrán diseñar estrategias que verdaderamente transformen la experiencia escolar en una experiencia humana, significativa y segura. Esto no solo permitirá prevenir afectaciones a la salud mental, sino también mejorar el clima escolar y potenciar las condiciones para que todas y todos puedan aprender en un entorno respetuoso, saludable y armonioso.

Hoy más que nunca, liderar implica cuidar. Cuidar lo que se dice, lo que se promueve, lo que se permite y lo que se ignora. Y también implica abrir espacios para pensar juntos cómo queremos vivir y convivir, tanto dentro como fuera de las pantallas.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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El descanso como herramienta para fortalecer la función directiva

Dormir bien no solo es un acto de recuperación física, también es un factor decisivo para la claridad mental, la estabilidad emocional y la construcción de relaciones sanas. En la función directiva, donde las decisiones, la interacción constante con equipos de trabajo y la conducción de procesos educativos forman parte de la vida cotidiana, el descanso adecuado se convierte en un aliado indispensable para mantener el rumbo y proyectar confianza en la comunidad escolar.

Un sueño reparador contribuye de manera significativa al equilibrio emocional, lo que permite que quienes asumen la dirección escolar afronten con mayor serenidad los retos diarios. El buen descanso favorece la producción de sustancias en el cerebro que están asociadas con el bienestar, lo cual se refleja en un estado de ánimo más positivo y en la capacidad de transmitir calma a los equipos de trabajo. Esta disposición positiva genera un círculo virtuoso que impacta directamente en la mejora del clima escolar, pues los conflictos se abordan con mayor paciencia y apertura al diálogo.

Además, dormir bien potencia la concentración y la toma de decisiones. En la vida directiva, donde es necesario discernir entre múltiples situaciones y elegir caminos que influyen en la vida de estudiantes, docentes y familias, contar con una mente descansada permite analizar con mayor claridad, prever consecuencias y actuar con firmeza. La memoria, el juicio crítico y la capacidad de planear acciones a mediano y largo plazo encuentran un soporte sólido en un cuerpo y una mente que han recuperado energías.

El descanso también actúa como un escudo contra el estrés, reduciendo los niveles de tensión que suelen acompañar a quienes tienen responsabilidades de conducción escolar. Un director o directora que logra conciliar un sueño suficiente afronta los problemas con más serenidad, lo cual evita respuestas precipitadas o reacciones que puedan deteriorar las relaciones laborales. Esta serenidad abre la puerta a una mejora en el trabajo colaborativo, pues un líder tranquilo inspira confianza y promueve un ambiente de cooperación entre los distintos actores escolares.

Otro aspecto fundamental es que el sueño favorece la empatía y la capacidad de escucha. Quienes duermen adecuadamente muestran más paciencia y apertura al momento de interactuar, lo cual fortalece los lazos con el equipo docente y con las familias. Este factor se traduce en la construcción de comunidades escolares más cohesionadas y en la consolidación de un clima de aprendizaje en el que las niñas, niños y adolescentes perciben un entorno armónico y seguro.

Finalmente, el descanso brinda resiliencia, es decir, la capacidad de levantarse tras los fracasos y aprender de las dificultades. La función directiva no está exenta de tropiezos, pero contar con una reserva física y mental producto de un sueño reparador permite enfrentar las adversidades sin desgastarse en exceso. Así, el descanso se convierte en una estrategia silenciosa pero poderosa que sostiene la mejora continua del trabajo directivo y potencia la construcción de un entorno más favorable para todos los miembros de la comunidad escolar.

Dormir bien no es un lujo, es una necesidad vital que incide directamente en la manera en que se conduce una escuela. Por ello, quienes ejercen la función directiva deben reconocer que el descanso es una inversión en su propio bienestar y en el de toda la comunidad educativa.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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La clave está en unir, no solo en sumar

En el día a día de las escuelas, es común que surjan múltiples propuestas, proyectos e ideas para atender distintas necesidades: desde lo pedagógico hasta lo comunitario, pasando por lo administrativo y lo emocional. Sin embargo, cuando estas acciones caminan por separado, sin diálogo ni propósito compartido, es fácil que se diluyan los esfuerzos, se generen tensiones y se pierda el sentido de lo que realmente se quiere lograr como institución.

En este contexto, Hargreaves y Fink (2006) ofrecen una reflexión clave: el verdadero liderazgo educativo no consiste únicamente en impulsar muchas acciones, sino en ser capaz de tejerlas en una estrategia común, comprensible, accesible, coherente y significativa para todas las personas que conforman la comunidad escolar. Quien ejerce la dirección tiene la posibilidad —y la responsabilidad— de construir una visión colectiva que ordene, inspire y conecte los esfuerzos que emergen desde distintos espacios, tiempos y actores.

Esa capacidad de integración no se logra con órdenes ni con imposiciones, sino escuchando, interpretando, priorizando y facilitando condiciones para que las iniciativas dialoguen entre sí. Requiere de una sensibilidad profunda hacia el contexto, una apertura permanente al trabajo en equipo, y una claridad ética y profesional sobre lo que verdaderamente importa para el bienestar y el aprendizaje de las y los estudiantes.

Cuando esta articulación ocurre, el trabajo docente se revitaliza, las relaciones laborales se fortalecen, y se crea un ambiente más saludable y propicio para enseñar y aprender. Las personas dejan de sentirse fragmentadas en múltiples tareas inconexas, y comienzan a sentirse parte de un proyecto común, donde cada esfuerzo suma, pero además está conectado con una meta institucional clara y compartida.

Para quienes ejercen la función directiva, cultivar esta capacidad de integrar, de simplificar sin empobrecer, de enfocar sin excluir, es parte esencial de su quehacer profesional. Porque cuando la escuela encuentra una ruta común, cada paso, cada voz, cada iniciativa cobra sentido.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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La importancia de la rendición de cuentas en la función directiva escolar

Quienes asumen la responsabilidad de dirigir una institución educativa saben que gran parte del éxito de su labor no depende únicamente de la capacidad para organizar procesos, sino también de su compromiso personal y del ejemplo que ofrecen a su comunidad escolar. El fortalecimiento del trabajo directivo comienza con la convicción de que cada acción realizada impacta en el clima escolar, en la manera en que se construyen las relaciones laborales y, sobre todo, en la forma en que se abre camino a un ambiente favorable para que niñas, niños y adolescentes logren aprendizajes significativos.

Un primer aspecto esencial es la iniciativa. Las directoras y directores que dan pasos firmes para anticiparse a las necesidades de su escuela, sin esperar siempre a que alguien más lo indique, transmiten un mensaje de confianza y seguridad al equipo. A ello se suma la integridad, entendida como la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Cuando la comunidad percibe que la persona al frente mantiene principios sólidos incluso en momentos de dificultad, se fortalece la confianza colectiva y se genera un ejemplo que inspira al resto del personal.

El fortalecimiento del trabajo directivo también implica la capacidad de reflexión, un espacio para mirar las propias acciones, reconocer los avances y ajustar aquello que no esté funcionando. Esta disposición a aprender de la experiencia, lejos de ser un signo de debilidad, se convierte en una fuerza que impulsa la mejora continua. Cada reflexión abre paso a nuevas formas de construir un mejor clima de aprendizaje y de mantener al equipo motivado.

Del mismo modo, quienes asumen la función directiva necesitan apropiarse de cada tarea, comprender que no basta con delegar, sino que deben acompañar el proceso hasta el final. Esa actitud de responsabilidad plena evita la fragmentación del trabajo y muestra a las y los docentes que el liderazgo es compartido y se respalda con hechos. Al mismo tiempo, este compromiso fortalece la cohesión en el equipo, promueve relaciones laborales más sanas y garantiza que los esfuerzos se traduzcan en bienestar colectivo.

En el plano del trabajo colaborativo, la claridad en los acuerdos y la definición de roles es indispensable. Cuando todas las personas saben qué se espera de ellas, disminuyen los malentendidos y aumenta la armonía en la comunidad escolar. Un liderazgo que acompaña, orienta y brinda retroalimentación con respeto permite que el personal crezca, aprenda y se comprometa de manera más genuina con la misión de la escuela. Además, el abordaje de los conflictos de manera directa y oportuna, sin permitir que se acumulen tensiones innecesarias, asegura un ambiente de trabajo más saludable y un espacio de aprendizaje más positivo para las y los estudiantes.

La rendición de cuentas en la dirección escolar, por tanto, no es solo un acto administrativo, sino una manera de fortalecer la confianza, el respeto mutuo y la construcción de una comunidad educativa sólida. En la medida en que las y los directivos asumen esta responsabilidad con apertura, compromiso y disposición para aprender, se logran avances reales en la mejora del clima escolar y se abre camino a relaciones laborales que impulsan de manera directa la mejora del ambiente para el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Equivocarse también enseña: una mirada directiva que construye comunidad

En el camino del liderazgo educativo, uno de los aprendizajes más poderosos y transformadores es comprender que el error no representa un fracaso, sino una posibilidad. Esta visión, expuesta por Bolívar (2012), abre la puerta a una comprensión mucho más humana y constructiva del trabajo en los centros escolares. Reconocer el error como una oportunidad y no como una amenaza es una práctica esencial para quienes ejercen la función directiva y desean fortalecer su comunidad educativa.

Cuando el liderazgo escolar promueve una cultura donde el error se analiza en colectivo, sin juicios ni sanciones innecesarias, lo que se genera es una atmósfera de confianza, apertura y corresponsabilidad. El error se convierte entonces en un punto de partida para revisar prácticas, repensar decisiones, escuchar otras voces y plantear alternativas de manera conjunta. Esto no solo enriquece las decisiones que se tomen, sino que fortalece la cohesión del equipo de trabajo.

En lugar de operar bajo la lógica del castigo o la perfección inalcanzable, este enfoque invita a mirar al error como un peldaño más en la construcción de procesos cada vez más sólidos. Desde esta perspectiva, el trabajo colaborativo se consolida porque cada integrante sabe que puede aportar, equivocarse y volver a intentar, sin perder su valor dentro del colectivo. Esta dinámica repercute de manera directa en la mejora del clima laboral, en la generación de vínculos más sanos y en la consolidación de una comunidad profesional que se siente acompañada y respetada.

Para quienes dirigen escuelas, adoptar esta postura tiene un impacto profundo. Permite dejar de lado la exigencia individualista, dar ejemplo de humildad y aprendizaje constante, y construir una cultura institucional que se sostiene en el diálogo, la autocrítica y la mejora continua. Y lo más importante: este ambiente termina beneficiando directamente a las y los estudiantes, quienes aprenden también que equivocarse es parte del proceso de aprender, que pueden expresar sus dudas sin miedo, y que su escuela es un lugar seguro para crecer.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Reestructurar el pensamiento para fortalecer la función directiva

En la vida de quienes asumen responsabilidades de dirección en los centros escolares, no solo se enfrentan a la toma de decisiones organizativas, sino también a situaciones emocionales y conductuales que pueden influir de manera decisiva en el clima de trabajo y en la construcción de relaciones sanas con el equipo docente, el personal administrativo, las madres y padres de familia, y por supuesto, con las niñas, niños y adolescentes. Comprender cómo se generan los pensamientos y cómo estos impactan en las emociones y en las acciones, constituye un recurso fundamental para quienes desean avanzar hacia la mejora continua de su labor directiva.

Cuando una persona al frente de una escuela se enfrenta a un acontecimiento que genera malestar —una crítica, una diferencia con el equipo, un resultado inesperado— suele aparecer un pensamiento automático que puede ser negativo. Estos pensamientos influyen en el ánimo, en la percepción de sí mismos y en la forma en que se aborda la relación con los demás. Sin embargo, detenerse a analizar la creencia que se desprende de ese hecho, cuestionarla y ponerla en perspectiva, permite abrir paso a interpretaciones más constructivas. Esta reestructuración del pensamiento es una práctica que ayuda a no caer en suposiciones dañinas, como creer que no se es capaz o que el equipo no está comprometido, cuando en realidad existen múltiples explicaciones alternativas que pueden enriquecer la visión de lo ocurrido.

En el terreno directivo, este ejercicio no se limita a lo personal, sino que repercute en todo el clima laboral y escolar. Una emoción negativa no trabajada puede proyectarse en la interacción con los docentes, generar tensiones innecesarias o transmitir desconfianza al alumnado. En cambio, cuando se logra identificar la raíz de los pensamientos y transformarlos en emociones más equilibradas, se construye un ambiente más armónico, que favorece la mejora en el trabajo colaborativo, el fortalecimiento de la comunicación y la apertura a la retroalimentación.

La práctica de cuestionar creencias limitantes y reemplazarlas por interpretaciones más realistas y saludables permite a los directivos no solo sentirse más serenos, sino también guiar con mayor claridad. Este tipo de autocontrol emocional se traduce en mejores relaciones interpersonales, en la disminución de conflictos internos y en un mayor compromiso compartido por alcanzar propósitos comunes. En consecuencia, el clima escolar mejora, los vínculos laborales se fortalecen y se abre un espacio más propicio para que los estudiantes encuentren un entorno de confianza y motivación para aprender.

Asumir la dirección escolar requiere también asumir un trabajo interno constante. La reestructuración de pensamientos es una herramienta que no solo favorece el crecimiento personal de quienes dirigen, sino que también fortalece el tejido humano y profesional de toda la comunidad educativa. En ella se encuentra un camino hacia la mejora del clima de aprendizaje y hacia la construcción de entornos escolares donde predomine la empatía, la serenidad y la apertura al diálogo.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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El equilibrio emocional: base del liderazgo escolar consciente

Liderar una escuela va mucho más allá de cumplir con actividades administrativas o de supervisión institucional. Quien ejerce la función directiva en un centro educativo enfrenta, a diario, una gran cantidad de decisiones, tensiones, demandas, y situaciones que requieren respuestas no solo racionales, sino profundamente humanas. En este contexto, lo expresado por Weinstein (2011) cobra pleno sentido: sin equilibrio emocional, ni el conocimiento ni la autoridad alcanzan para conducir procesos con sentido y profundidad.

El equilibrio emocional no es un atributo decorativo ni una cualidad secundaria; se trata de una herramienta indispensable para ejercer el liderazgo de forma auténtica, empática y sostenida. Es la base que permite responder ante el conflicto sin quebrarse, acompañar a otros sin imponer, tomar decisiones firmes sin perder la humanidad. Un directivo que cultiva este equilibrio está en mejores condiciones para contener emocionalmente a su equipo, escuchar con apertura, inspirar con su ejemplo y establecer vínculos de confianza.

Este equilibrio interior se traduce en la construcción de relaciones laborales más saludables, en una comunicación más asertiva y en una convivencia escolar menos tensa y más respetuosa. Desde esta perspectiva, cuidar el estado emocional de quienes dirigen escuelas es también cuidar el bienestar de toda la comunidad educativa. Cuando el clima escolar se ve influido por una dirección emocionalmente estable y consciente, las condiciones para aprender y enseñar mejoran sustancialmente.

Una escuela no se transforma solo por decretos o estructuras, sino por las personas que en ella interactúan día a día. Y si quienes lideran esas interacciones no logran sostenerse emocionalmente, difícilmente podrán acompañar a otros en sus trayectos de aprendizaje, en sus desafíos y en su desarrollo profesional y humano. Apostar por el equilibrio emocional como parte del fortalecimiento del trabajo directivo es, en definitiva, apostar por escuelas más humanas, más cercanas, más vivibles.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Señales que reflejan un liderazgo auténtico en la función directiva

Cuando se piensa en lo que significa ejercer la función directiva en un centro escolar, a menudo se cree que basta con tomar decisiones y dar indicaciones. Sin embargo, el verdadero fortalecimiento del trabajo directivo está profundamente vinculado con actitudes, valores y formas de relacionarse que impactan directamente en el clima escolar y en la construcción de una comunidad de aprendizaje más sólida y humana. Una de las primeras características que distingue a quienes ejercen un liderazgo auténtico es la comunicación clara y honesta. No se trata solo de transmitir información, sino de hacerlo con transparencia, generando confianza y permitiendo que todas las voces puedan ser escuchadas. De la misma forma, cuando surgen errores o situaciones difíciles, el director que sabe orientar de manera privada y reflexiva demuestra que su propósito no es exhibir ni señalar, sino construir y guiar desde la confianza.

El fortalecimiento del trabajo directivo también implica tomar decisiones con inteligencia y apertura al riesgo, comprendiendo que avanzar siempre supone asumir retos y que de cada error se extraen aprendizajes valiosos. Esto se relaciona con la resiliencia, entendida como la capacidad de levantarse, adaptarse y seguir adelante sin perder de vista el propósito educativo. Los directores que inspiran son aquellos que saben medir los resultados de las acciones, no desde la cantidad de tareas realizadas, sino a partir del impacto positivo que estas tienen en la convivencia escolar y en el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

Otro elemento fundamental es la creación de un ambiente donde se valore el talento de cada integrante de la comunidad escolar. Atraer y retener a personas comprometidas no depende únicamente de recompensas materiales, sino de la construcción de una cultura donde la inteligencia emocional, la empatía y la innovación se convierten en pilares que impulsan la mejora continua. El director que reconoce la importancia de la inteligencia emocional logra generar un ambiente de respeto y confianza, indispensable para mejorar las relaciones laborales y fortalecer el trabajo colaborativo.

La labor directiva también se caracteriza por una fuerte orientación a la integridad y a la humildad. Estos rasgos no solo consolidan la credibilidad, sino que promueven la formación de otros líderes dentro del mismo espacio escolar, multiplicando las capacidades y propiciando un entorno de aprendizaje compartido. Quien se reconoce como aprendiz constante, que sabe escuchar activamente y que valora la retroalimentación, demuestra que el liderazgo no es un lugar de imposición, sino un camino de mejora continua.

Los directores que dejan huella son aquellos que saben reconocer públicamente el esfuerzo de los demás, que no se esconden tras máscaras ni se pierden en juegos de poder, y que comprenden que el trabajo educativo requiere de relaciones genuinas y cercanas. Su ejemplo inspira, no por el cargo que ocupan, sino por la manera en que fortalecen el clima escolar y generan un ambiente favorable para que todos puedan aprender y desarrollarse.

La función directiva no es, por tanto, un asunto de autoridad rígida, sino un proceso de construcción colectiva que requiere sensibilidad, visión y compromiso. Reconocer estas señales y ponerlas en práctica contribuye no solo al crecimiento personal del director, sino también a la mejora del clima escolar, a relaciones laborales más humanas y, sobre todo, a la creación de un entorno en el que niñas, niños y adolescentes encuentren un espacio seguro para aprender y crecer.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Entre la obligación y la vulnerabilidad del magisterio

“Criminalizar al docente es el camino más corto para destruir la confianza en el sistema educativo” (Gairín, 2015).

En el estado de Nuevo León, el Congreso local aprobó recientemente una reforma a la Ley para Prevenir, Atender y Erradicar el Acoso y la Violencia Escolar que obliga a los docentes a denunciar ante el Ministerio Público cualquier situación de acoso o violencia que pudiera constituir un delito, so pena de ser acusados de encubrimiento si omiten hacerlo.

La propuesta fue impulsada con el argumento de que el magisterio es la primera autoridad en el aula y, por tanto, tiene la responsabilidad de salvaguardar la integridad y el bienestar de los estudiantes. Sin embargo, la medida ha despertado una profunda inquietud entre el personal educativo, que la percibe más como una criminalización de su función que como un apoyo real a la prevención de la violencia escolar.

El malestar generalizado entre maestras y maestros no se origina en la falta de compromiso con la protección de los alumnos, sino en la sensación de que se les ha cargado una nueva responsabilidad sin ofrecerles los medios, el acompañamiento o la seguridad necesarios para ejercerla. En un contexto en el que los docentes ya enfrentan precariedad laboral, falta de reconocimiento social y condiciones adversas dentro de las escuelas, la amenaza de ser acusados de encubrimiento añade un elemento de vulnerabilidad jurídica y emocional. La preocupación no solo es por las posibles sanciones, sino por el riesgo real de represalias de parte de agresores o familiares al momento de denunciar, sin que existan mecanismos claros de protección.

A nivel federal, la legislación mexicana ya contempla la obligación de actuar ante casos de acoso escolar. Los protocolos de la Secretaría de Educación Pública y la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes establecen que, cuando un hecho pueda constituir delito, debe darse vista al Ministerio Público. Sin embargo, la diferencia en Nuevo León es que esta omisión podría derivar en responsabilidad penal, marcando un precedente inédito en el país. En otras entidades como la Ciudad de México o el Estado de México, la omisión puede acarrear sanciones administrativas, pero no se tipifica como encubrimiento. Por ello, lo ocurrido en Nuevo León abre un debate nacional sobre los límites de la función docente y las garantías que el Estado debe ofrecer antes de exigir responsabilidades de índole penal.

Este tipo de medidas pone en evidencia un riesgo creciente en la interacción docente con niñas, niños y adolescentes. La falta de claridad en los protocolos, la presión social y el miedo a ser malinterpretados o denunciados injustamente generan un clima de incertidumbre que erosiona la confianza entre docentes, estudiantes y familias. Resulta indispensable recordar que la formación y protección de los estudiantes es una tarea compartida entre escuela, familia y autoridades. No puede exigirse al profesorado una función de investigador o fiscal sin dotarle de las herramientas profesionales, la protección institucional y la capacitación integral que ello requiere.

De ahí la necesidad de documentarse, conocer las rutas de actuación y mantener registro de cada paso que se realice en situaciones de acoso escolar. El docente no necesita ser abogado, pero sí debe saber qué hacer, cómo hacerlo y ante quién. Registrar incidentes, informar por escrito a la dirección escolar y notificar a las autoridades competentes son medidas básicas que pueden marcar la diferencia entre una intervención adecuada y un conflicto legal injusto. A su vez, es vital que los equipos directivos asuman su papel de respaldo institucional, protejan al personal y activen los protocolos con seriedad, evitando delegar toda la carga de acción al profesorado.

El Estado y las autoridades educativas deben garantizar la presencia de profesionales especializados —psicólogos, trabajadores sociales, orientadores— capaces de detectar y atender oportunamente los casos de acoso, complementando la labor docente. No se puede seguir improvisando capacitaciones superficiales de unas cuantas horas cuando se trata de un fenómeno tan complejo y sensible.Combatir el acoso escolar es una meta impostergable, pero no puede lograrse criminalizando al magisterio. Es necesario construir un enfoque de corresponsabilidad donde familia, escuela y Estado compartan el deber de prevenir y atender la violencia escolar. Los docentes deben ser aliados, no sospechosos. La protección de la infancia no puede implicar la desprotección de quienes dedican su vida a educarla. Por ello, urge un compromiso integral: leyes justas, capacitación seria, estructuras de apoyo profesional y un auténtico respaldo institucional que dignifique la tarea docente y garantice la seguridad de todos los actores del proceso educativo. Porque la educación, es el futuro…

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Docente y Abogado. Doctor en Gerencia Pública y Política Social

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manuelnavarrow@gmail.com

Hábitos diarios que fortalecen la función directiva en los centros escolares

El día a día de quienes ejercen la función directiva en las escuelas está lleno de múltiples responsabilidades, demandas inesperadas y situaciones que requieren un alto nivel de atención y equilibrio. Por ello, no basta con tener habilidades técnicas o experiencia en el ámbito educativo, sino que resulta fundamental construir rutinas y hábitos que permitan mantener energía, claridad mental y estabilidad emocional, lo que se traduce directamente en un mejor trabajo con los equipos docentes, en la creación de un clima laboral positivo y, por ende, en la mejora del ambiente de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

Comenzar la jornada de manera organizada y con tiempos bien definidos contribuye a que la persona directiva pueda atender las prioridades sin caer en la saturación o el desgaste. El cuidado personal, que va desde mantener una buena hidratación y una alimentación adecuada hasta destinar momentos para el descanso real, influye directamente en la manera en que se toman decisiones y en cómo se enfrenta el día con serenidad. Estos aspectos, aunque parecen simples, son la base para sostener la energía necesaria que exige la dirección de un centro escolar.

De igual forma, el movimiento diario, ya sea mediante ejercicios, caminatas o actividades físicas ligeras, no solo fortalece la salud, sino que ayuda a mantener la mente activa y creativa, cualidad imprescindible para quienes deben buscar soluciones y orientar a otros en momentos complejos. También es indispensable apartar espacios durante la jornada para desconectarse del trabajo, aunque sea de manera breve, lo que permite retomar las responsabilidades con mayor claridad y sin la tensión acumulada.

Otro elemento esencial es la organización de tiempos y la claridad de límites. Aprender a decir no cuando las demandas externas no se alinean con los objetivos prioritarios de la escuela es un acto de responsabilidad y cuidado del trabajo colectivo. Asimismo, establecer pausas y momentos de reflexión diaria permite reconocer los avances, detectar oportunidades de mejora y dar cierre a las jornadas con la mente más despejada, lo cual facilita también planear de forma más consciente el día siguiente.

Por último, el descanso reparador no debe ser visto como un lujo, sino como un recurso vital. Quienes asumen tareas directivas requieren mantener la mente descansada para escuchar, orientar y tomar decisiones que impactan no solo en su equipo de trabajo, sino también en la vida de las y los estudiantes. Dormir lo suficiente, preparar adecuadamente el momento de ir a la cama y evitar distracciones tecnológicas antes de dormir son medidas que favorecen un desempeño más pleno y humano.

La suma de estos hábitos contribuye no solo al fortalecimiento personal de quienes dirigen, sino también a la construcción de comunidades escolares más saludables, colaborativas y enfocadas en el bienestar. Una persona directiva que cuida de sí misma y organiza su jornada con equilibrio es capaz de inspirar a su equipo, favorecer la mejora del clima escolar y crear condiciones donde los aprendizajes florecen de manera más natural y significativa.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Autoridad ética y presencia humana en la dirección escolar

El ejercicio de la función directiva va más allá del cumplimiento de responsabilidades administrativas o de la supervisión de procesos escolares. Implica, sobre todo, una forma particular de estar con los otros, de construir vínculos, de acompañar trayectorias y de influir con el ejemplo. En esta línea, el planteamiento de Sergiovanni (1992) nos recuerda que el interés genuino por las personas transforma radicalmente la manera en que se ejerce el liderazgo: convierte al directivo no solo en una figura institucional, sino en un referente ético y humano para su comunidad educativa.

Este enfoque subraya que el valor del liderazgo escolar no reside únicamente en las decisiones que se toman desde el cargo, sino en la manera en que se construye una comunidad basada en el respeto, la empatía, la escucha y el compromiso mutuo. Cuando una directora o director se interesa verdaderamente por su equipo docente, por el personal de apoyo, por las madres y padres de familia y, sobre todo, por cada niña, niño o adolescente que transita la escuela, empieza a generarse una transformación profunda en las relaciones y en el ambiente escolar.

La consecuencia directa de este tipo de liderazgo es una mejora sostenida en las relaciones laborales, un fortalecimiento del trabajo colaborativo y una cultura de cuidado que permea en todos los rincones del centro educativo. Esta forma de actuar potencia no solo el bienestar del equipo, sino que también crea condiciones más favorables para el aprendizaje, permitiendo que el conocimiento florezca en un entorno donde se valoran tanto las metas académicas como los lazos humanos.

En tiempos donde muchas veces se priorizan los resultados, es urgente recordar que las personas aprenden mejor donde se sienten vistas, respetadas y comprendidas. La figura directiva, cuando actúa desde la ética y el compromiso humano, inspira a toda la comunidad educativa a construir una escuela más justa, más cercana y más humana.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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Mitos que frenan el fortalecimiento de la función directiva

El ejercicio de la función directiva, especialmente en el ámbito escolar, suele estar rodeado de ideas preconcebidas que limitan el desarrollo de las personas que asumen esta gran responsabilidad. Una de las creencias más comunes es pensar que quien dirige debe tener todas las respuestas, cuando en realidad, la verdadera fortaleza radica en hacer preguntas valiosas, escuchar a los demás y rodearse de personas con las que se pueda construir una visión compartida. La dirección no es un acto solitario de certezas absolutas, sino un espacio de diálogo, apertura y aprendizaje conjunto que se transforma en una oportunidad para la mejora continua.

Otro mito frecuente es considerar que estar siempre ocupado es señal de productividad. Llenar la agenda de actividades no garantiza que se avance hacia un propósito claro. Lo realmente valioso es identificar qué acciones generan impacto positivo en la comunidad escolar y cuáles contribuyen al fortalecimiento del clima de aprendizaje. La dirección requiere de claridad en las prioridades y de la capacidad de distinguir entre lo urgente y lo verdaderamente importante para la vida escolar.

También suele pensarse que el liderazgo se basa en autoridad y control, cuando en realidad se construye desde la influencia y la confianza. Quien dirige con apertura, delega responsabilidades y permite que otros participen en la toma de decisiones, no solo promueve el trabajo colaborativo, sino que también fortalece las relaciones laborales y contribuye a un clima escolar más armónico. Esto favorece que el personal educativo se sienta parte de un proyecto compartido, lo que impacta de manera directa en la mejora de la convivencia y del ambiente de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

Otro de los grandes errores es creer que las y los directivos nunca deben fallar. El error, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en un camino de crecimiento. Aprender de las equivocaciones, reconocerlas y ajustarse con humildad fortalece la capacidad de resiliencia y genera un ejemplo poderoso para la comunidad escolar. En lugar de proyectar una imagen de perfección inalcanzable, lo importante es mostrar que cada experiencia, incluso las más difíciles, puede transformarse en aprendizaje y en nuevas oportunidades de mejora.

De igual manera, se suele considerar que mostrarse vulnerable es una debilidad. Sin embargo, quienes se atreven a reconocer sus limitaciones y expresar con honestidad lo que sienten, generan confianza y cercanía. Esta apertura construye un lazo humano más sólido entre la persona que dirige y su equipo, lo que redunda en mejores relaciones laborales y en un ambiente propicio para la mejora del clima escolar.

La falsa creencia de que supervisar de manera rígida evita errores también puede frenar el desarrollo de la comunidad. El exceso de control no solo resta confianza, sino que limita la creatividad y la iniciativa de los docentes. Delegar con claridad, establecer acuerdos y confiar en las capacidades de los demás permite que cada integrante del equipo desarrolle lo mejor de sí mismo y contribuya de manera activa al bienestar escolar.

Otro de los mitos más extendidos es pensar que el liderazgo se mide por carisma. Aunque la simpatía pueda abrir puertas, lo que realmente sostiene la labor directiva es la coherencia, la integridad y la constancia en las acciones. Es la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace lo que logra inspirar al equipo docente y genera un clima de confianza duradero.

Por último, pensar que la dirección es un camino solitario es un error que puede desgastar a cualquier persona. El fortalecimiento del trabajo directivo se logra al construir redes de apoyo, compartir experiencias y aprender de otros. Reconocer la necesidad de pedir ayuda y trabajar de manera colectiva no resta autoridad, al contrario, consolida la capacidad de impulsar una mejora continua en la vida escolar.

Conocer y desmontar estos mitos es clave para que quienes ejercen la función directiva logren fortalecer el trabajo colaborativo, generar mejores relaciones laborales y, sobre todo, crear un ambiente más favorable para el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. La dirección escolar no es un espacio de imposición, sino un proceso de construcción colectiva en donde la confianza, la apertura y la coherencia marcan la diferencia.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

Si deseas seguir reflexionando sobre estos temas y encontrar más recursos que te ayuden a fortalecer tu labor directiva, te invito a visitar mi blog en: https://manuelnavarrow.com y suscribirte.

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Otra manera de entender el éxito escolar

Durante mucho tiempo se pensó que una escuela exitosa era aquella que mostraba altos puntajes, exámenes aprobados y cumplimiento de metas académicas. Sin embargo, esta visión ha comenzado a ser replanteada por autores que nos invitan a mirar más allá de los resultados. Uno de estos planteamientos lo comparten Aubert, A. et al. (2008), al proponer que el verdadero éxito escolar también se expresa en la capacidad que tienen las escuelas para incluir, escuchar y acompañar tanto a quienes enseñan como a quienes aprenden.

Esta idea, en apariencia sencilla, transforma por completo la mirada directiva. Implica reconocer que el acompañamiento emocional, la escucha activa, el respeto a la diversidad y el sostenimiento colectivo no son aspectos accesorios del trabajo escolar, sino elementos centrales que permiten generar aprendizajes duraderos, significativos y humanos. Una escuela que escucha es una escuela que cuida. Una escuela que cuida es una escuela que enseña mejor.

Para quienes ejercen la función directiva, este enfoque representa un llamado a fortalecer sus formas de liderazgo desde la empatía, la apertura al diálogo, la disposición para resolver conflictos de manera constructiva y la sensibilidad para detectar necesidades, muchas veces silenciosas, tanto del personal docente como del estudiantado. Impulsar estos procesos no solo mejora el trabajo en equipo y la convivencia laboral, sino que propicia un entorno más favorable para el desarrollo integral de niñas, niños y adolescentes.

Una escuela no se mide solo por sus indicadores, sino por la calidez y la coherencia con que trata a quienes la habitan. Y es ahí donde la figura directiva se vuelve clave: para construir día con día una cultura escolar donde cada persona se sepa reconocida, escuchada y valorada.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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