Tomar decisiones desde el centro del aprendizaje

Cuando se observa desde fuera el funcionamiento cotidiano de una escuela, es común que se piense en ella como una institución dedicada a cumplir horarios, impartir clases y aplicar exámenes. Sin embargo, esta visión reducida no alcanza a dimensionar el entramado de decisiones pedagógicas, organizativas y humanas que se entretejen todos los días para que el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes sea posible, significativo y transformador. En el corazón de ese entramado, existe una premisa que orienta a quienes dirigen con conciencia profesional: toda decisión escolar debe tener como punto de partida y de llegada el aprendizaje del estudiantado.

Este principio no es una declaración genérica ni un eslogan institucional. Implica una forma compleja y profunda de ejercer el liderazgo en la escuela. Supone, por ejemplo, que la organización del tiempo, la distribución de los recursos, la selección de estrategias didácticas, el acompañamiento docente, el fortalecimiento de la convivencia, el vínculo con las familias y la gestión del clima escolar se piensen y estructuren en función de una sola pregunta clave: ¿esto favorece el aprendizaje de las y los estudiantes?

Para que esa premisa se sostenga, se necesita de directivos y equipos escolares con un alto nivel de preparación, sensibilidad y compromiso ético. Personas capaces de interpretar la realidad educativa, de leer los contextos sociales y familiares de sus estudiantes, de diseñar acciones pertinentes y de tomar decisiones informadas. Este tipo de liderazgo no se improvisa; se forma, se actualiza, se reflexiona y se enriquece con la experiencia. Por eso es tan importante reconocer que, detrás de cada mejora en los aprendizajes, hay una estructura directiva que articula esfuerzos, que guía con claridad y que pone al centro lo verdaderamente esencial.

Además, tomar decisiones desde el centro del aprendizaje implica escuchar. Escuchar lo que las niñas, niños y adolescentes expresan con sus palabras y también con sus silencios; implica abrir espacios para que participen, para que sus necesidades y sueños formen parte de la agenda escolar. Esta forma de conducir no se basa en la autoridad impuesta, sino en la legitimidad construida desde la coherencia, la confianza y el respeto.

En tiempos donde las exigencias hacia el sistema educativo son cada vez más complejas, es urgente que como sociedad comprendamos el valor de este liderazgo pedagógico. Un liderazgo que, con serenidad y firmeza, recuerda todos los días que educar no es simplemente transmitir conocimientos, sino crear las condiciones para que cada estudiante aprenda con sentido, se reconozca como capaz y se proyecte hacia un futuro digno.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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