La inteligencia emocional como cimiento en la función directiva escolar

En los centros educativos, quienes asumen la función directiva se enfrentan a situaciones de presión, tensiones y conflictos que requieren de algo más que conocimientos técnicos o administrativos. El verdadero desafío radica en la capacidad de responder con inteligencia emocional, especialmente en momentos donde la calma, la escucha y la prudencia se convierten en factores determinantes para mantener un clima de aprendizaje positivo. Reconocer que las emociones juegan un papel central en la vida escolar permite que la dirección no se limite a organizar, sino que se convierta en un punto de apoyo para los compañeros de trabajo y un ejemplo para el equipo en su conjunto.

Una dirección escolar que sabe detenerse para reflexionar, escuchar con atención las perspectivas diversas y reconocer cuándo una situación provoca reacciones impulsivas, está en condiciones de guiar al grupo hacia soluciones más equilibradas y respetuosas. Este tipo de actitudes no solo reducen los conflictos, sino que fomentan un ambiente en donde predomina la confianza, la cooperación y el fortalecimiento del trabajo colaborativo. De esta manera, la comunicación abierta, el interés genuino por comprender al otro y la disposición a buscar caminos alternativos se convierten en prácticas que enriquecen la dinámica escolar.

El directivo que cultiva la inteligencia emocional logra que las relaciones laborales se construyan sobre la base de la empatía y el respeto, lo que repercute directamente en la mejora del clima escolar. Este clima favorable impacta de manera profunda en la motivación de las y los docentes, quienes al sentirse escuchados y valorados transmiten esa misma seguridad y confianza a las niñas, niños y adolescentes. Así, el aula se transforma en un espacio más humano, donde las emociones se reconocen y canalizan en favor del aprendizaje.

También es relevante subrayar que la capacidad de reconocer errores, agradecer aportaciones y mantenerse abierto a la retroalimentación fortalece la figura directiva, pues le otorga legitimidad frente a su equipo y le permite modelar comportamientos que favorecen la mejora continua. Esto genera un círculo virtuoso en el que la escucha activa y el diálogo respetuoso se convierten en pilares que sostienen la vida escolar.

La inteligencia emocional, vista desde la perspectiva de la dirección escolar, no es un lujo ni una habilidad secundaria; es una necesidad imperiosa para guiar procesos colectivos que buscan la mejora del clima de aprendizaje y la construcción de un entorno donde el respeto y la colaboración sean los cimientos del desarrollo integral de toda la comunidad educativa.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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