En el imaginario social, las decisiones que se toman en una escuela suelen verse como actos administrativos simples o como respuestas inmediatas a las necesidades cotidianas. Sin embargo, detrás de cada orientación pedagógica, cada asignación de recursos, cada norma de convivencia o cada estrategia de intervención, hay un entramado mucho más profundo que muchas veces pasa desapercibido: intereses institucionales, discursos predominantes y estructuras de poder que atraviesan el quehacer educativo.
Quien lidera una escuela no solo gestiona recursos o coordina horarios; también interpreta realidades, media tensiones y decide entre caminos que no siempre están claramente trazados. Es en este terreno donde se define la verdadera fortaleza del liderazgo escolar. Reconocer que las decisiones educativas no son neutras, que están condicionadas por factores políticos, culturales, económicos y sociales, permite ejercer un liderazgo más consciente, más estratégico y más justo.
El liderazgo escolar se fortalece cuando deja de operar únicamente desde la buena voluntad y comienza a basarse en la comprensión profunda del contexto. Cuando las y los directivos desarrollan una mirada crítica que les permite identificar los intereses que se juegan dentro y fuera del centro escolar, están en condiciones de tomar decisiones más informadas, de resistir presiones que no favorecen el aprendizaje y de actuar con mayor integridad profesional.
Es en este nivel de análisis donde cobra vital importancia la formación continua de quienes dirigen escuelas. No basta con conocer las normativas o los procesos administrativos; se requiere una preparación que les dote de herramientas conceptuales para analizar los discursos que circulan en las políticas públicas, para identificar los actores que influyen en las decisiones educativas y para generar alianzas estratégicas en favor de las niñas, niños y adolescentes.
El liderazgo directivo, en este sentido, no es solo una función técnica; es una práctica política, ética y pedagógica que impacta directamente en las condiciones de enseñanza y aprendizaje. Por ello, urge que la sociedad revalorice este rol, reconociendo que detrás de cada mejora escolar hay una red compleja de decisiones informadas, de convicciones firmes y de acciones situadas que requieren conocimiento, sensibilidad y mucha capacidad de negociación.
Fortalecer el liderazgo escolar implica formar líderes capaces de leer su realidad con agudeza, de actuar con autonomía crítica y de transformar las estructuras cuando estas no responden al interés superior de la infancia. Solo así podremos construir escuelas verdaderamente comprometidas con el derecho a aprender de todas y todos.
Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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