Comunicar también es liderar

Dentro de cada centro escolar, más allá de los programas, las planillas, los planes y los calendarios, habita un flujo constante de comunicación que moldea la vida institucional y, con ello, el aprendizaje. No siempre se percibe a primera vista, pero cada acción, cada decisión, cada gesto o cada omisión del personal directivo tiene una carga comunicativa que influye, inspira o desalienta. El liderazgo escolar no se ejerce únicamente desde el escritorio o en las reuniones formales; se manifiesta, sobre todo, en la manera en que se comunica la visión, en cómo se escucha, en la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

El liderazgo que logra impactar de forma positiva en las trayectorias escolares de niñas, niños y adolescentes es aquel que comprende la comunicación como un acto permanente. El saludo de la mañana, la forma de atender un conflicto, el modo en que se agradece un esfuerzo o se encauza una crítica, son expresiones de un liderazgo que deja huella. Y esto no es menor. La comunidad escolar entera—docentes, estudiantes, personal de apoyo, madres y padres de familia—observa e interpreta lo que el liderazgo escolar proyecta. Por ello, cada palabra y cada silencio pueden construir confianza o desdibujarla.

Este tipo de comunicación efectiva y estratégica no es fruto de la improvisación. Se desarrolla con base en la formación profesional, la práctica reflexiva y el conocimiento profundo del entorno educativo. Requiere habilidades interpersonales, inteligencia emocional, dominio de los códigos institucionales y una genuina voluntad de diálogo. Implica también saber escuchar con atención, interpretar los climas escolares, anticipar tensiones, resolver con firmeza empática y construir puentes donde antes solo había muros.

En ese sentido, los liderazgos escolares que logran transformar las escuelas son aquellos que comprenden que todo comunica: desde un correo sin respuesta hasta un recorrido por el patio durante el recreo. Cada interacción dice algo, y es esa constancia la que permite generar ambientes propicios para el aprendizaje y el bienestar de las y los estudiantes. El clima escolar, las expectativas compartidas y la cultura de colaboración se construyen desde la comunicación cotidiana que emana de la dirección.

En una época en la que las exigencias hacia las escuelas aumentan y los desafíos sociales se filtran con fuerza en las aulas, es urgente reconocer y valorar a quienes, desde el liderazgo escolar, sostienen no solo la gestión administrativa, sino también el tejido comunicativo que da sentido y cohesión al quehacer educativo. Apostar por la profesionalización de este liderazgo es, sin duda, una de las decisiones más inteligentes que puede tomar cualquier sistema educativo comprometido con la mejora continua.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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