Gestionar el cambio en la escuela: un acto de visión, empatía y coherencia

Dentro de cada escuela, día tras día, se enfrentan situaciones que desafían lo establecido: reformas curriculares, ajustes en la normatividad, nuevas tecnologías, cambios en los equipos docentes, emergencias sociales y necesidades emergentes del estudiantado. Ante todo esto, el liderazgo educativo no puede ser entendido como una simple función operativa o administrativa. Al contrario, debe concebirse como una práctica estratégica que se define, en gran medida, por la capacidad de quienes dirigen para gestionar el cambio de manera consciente, sensible y efectiva.

Gestionar el cambio no significa adaptarse a cualquier novedad con rapidez irreflexiva. Tampoco implica imponer transformaciones sin diálogo o desconociendo los ritmos institucionales. Implica, sobre todo, tener la capacidad de leer los contextos, anticipar impactos, proyectar soluciones, convocar al equipo docente con claridad de rumbo, y caminar junto a la comunidad escolar en un proceso que respete tanto la historia institucional como los sueños por venir.

En este escenario, la visión del liderazgo directivo juega un papel determinante. Una escuela sin visión puede sobrevivir, pero difícilmente puede transformarse. La visión es la brújula que permite orientar decisiones, seleccionar prioridades y mantener el sentido de propósito, incluso cuando las condiciones externas son inciertas. Pero esa visión solo se convierte en acción legítima cuando se acompaña de empatía. Porque una directora o director que sabe escuchar, que comprende las resistencias y reconoce los esfuerzos de su equipo, es quien logra convocar desde el respeto y no desde la imposición.

Ahora bien, ni la visión ni la empatía alcanzan si no están articuladas por la coherencia. La coherencia da credibilidad, genera confianza institucional y garantiza que lo que se dice, lo que se piensa y lo que se hace, estén alineados. Un liderazgo coherente actúa con integridad, cuida los procesos y es capaz de sostener el cambio sin desgastar a quienes lo ejecutan.

Es fundamental que la sociedad comprenda que en los centros educativos se llevan a cabo procesos de gestión del cambio sumamente complejos. No se trata solo de implementar lineamientos, sino de transformar culturas, revisar prácticas, movilizar creencias y sostener emocionalmente a equipos enteros. Y esto requiere conocimientos sólidos en pedagogía, gestión escolar, trabajo colaborativo y desarrollo humano; pero también una formación constante, experiencia profesional acumulada y una convicción profunda de que cambiar para mejorar es un deber ético.

Valorar esta función implica reconocer que las escuelas no se transforman por decreto, sino por el trabajo cotidiano de líderes escolares que gestionan con visión, empatía y coherencia. Que sostienen la incertidumbre con esperanza, y que saben que cada decisión bien pensada puede ser el punto de partida de un aprendizaje duradero para las niñas, niños y adolescentes que les han sido confiados.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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