Los signos que fortalecen la función directiva escolar

El liderazgo en los centros educativos no depende únicamente de un nombramiento formal, sino de la capacidad de las personas que asumen la dirección para inspirar, motivar y construir confianza entre su comunidad. Ser directivo implica mucho más que administrar tareas; supone encarnar actitudes y comportamientos que se convierten en ejemplo para el personal docente, administrativo, las familias y, de manera indirecta, para los estudiantes. La manera en que se toman decisiones, se establecen vínculos y se reconocen las aportaciones del equipo determina en gran medida la forma en que se desarrolla el clima escolar y, por ende, el ambiente de aprendizaje.

Un directivo que toma la iniciativa y no espera a que otros actúen abre camino hacia la mejora en el trabajo colaborativo, pues transmite la idea de que siempre es posible avanzar hacia nuevas metas. Esta iniciativa, acompañada de autenticidad, genera confianza y seguridad, mostrando que se puede ser transparente y congruente en la conducción de un centro educativo. La integridad se convierte en otro pilar fundamental, porque cuando se actúa con rectitud se establece un marco ético que guía tanto a estudiantes como a colegas en la importancia de la honestidad y el respeto.

La empatía es una cualidad indispensable en quienes conducen las escuelas. Reconocer y valorar las emociones de los demás permite construir relaciones más sólidas, reduce tensiones y facilita un ambiente de armonía. La empatía unida a la capacidad de empoderar a otros hace que el personal se sienta valorado, reconocido y con la confianza suficiente para aportar nuevas ideas, lo cual fortalece la mejora del clima de aprendizaje. Del mismo modo, la responsabilidad de cumplir con la palabra dada, así como la automotivación, son rasgos que refuerzan la credibilidad y marcan la diferencia entre una dirección que solo ordena y una que inspira.

Otro elemento clave es el respeto ganado de la comunidad escolar, que no se impone, sino que se construye a través de acciones cotidianas, de la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, y del acompañamiento constante en los procesos colectivos. Es ahí donde se ve la importancia de un liderazgo que no se centra en la figura de la autoridad, sino en el fortalecimiento del trabajo directivo compartido, en la construcción de mejores relaciones laborales y en la generación de un ambiente escolar donde las niñas, niños y adolescentes puedan desarrollarse de manera integral.

El ejercicio de la función directiva se transforma, entonces, en una tarea profundamente humana que exige sensibilidad, compromiso y la convicción de que la mejora en el trabajo colaborativo y la mejora del clima escolar son la base para un aprendizaje significativo y duradero. Quienes asumen esta responsabilidad deben reconocer que los signos de un liderazgo auténtico no se decretan, se demuestran con acciones constantes que inspiran confianza y consolidan una comunidad educativa sólida.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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