La toma de decisiones en la función directiva escolar

Quien ejerce la función directiva en un centro educativo se enfrenta día a día a la necesidad de tomar decisiones de manera oportuna. No se trata únicamente de optar entre alternativas, sino de comprender que cada determinación influye en el clima escolar, en la motivación del personal y en la construcción de un ambiente adecuado para el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. La habilidad para decidir con claridad y sin paralizarse es un rasgo fundamental que marca la diferencia en el fortalecimiento del trabajo directivo.

Una de las claves consiste en evitar la saturación de opciones. Cuantas más alternativas se ponen sobre la mesa, más difícil se vuelve elegir. Por ello, simplificar el abanico de posibilidades ayuda a enfocar la atención en lo verdaderamente importante. En la escuela, esto se traduce en orientar la energía hacia las acciones prioritarias que favorezcan la mejora del clima escolar y del aprendizaje.

También es útil apoyarse en reglas prácticas que permitan medir el momento adecuado para actuar. El equilibrio entre la reflexión y la acción evita la improvisación excesiva, pero también impide que se caiga en la demora. El directivo debe confiar en su experiencia y en su instinto, pues la intuición, acompañada del conocimiento de la realidad escolar, puede ser un recurso poderoso para tomar decisiones acertadas en beneficio del colectivo.

Es necesario reconocer que la búsqueda de perfección absoluta puede convertirse en un obstáculo. Esperar a que todas las condiciones sean ideales retrasa procesos y limita avances. En cambio, optar por la prontitud y luego ajustar lo necesario permite mantener el dinamismo y responder a las demandas del entorno escolar, lo que favorece la mejora en el trabajo colaborativo.

El tiempo debe valorarse como un recurso tan valioso como cualquier otro. Retrasar indefinidamente una resolución puede tener costos significativos en la motivación de las y los docentes, en la confianza de las familias y en el ritmo de aprendizaje del alumnado. Atender esta dimensión con claridad ayuda a sostener la continuidad de los proyectos escolares.

Otro aspecto fundamental es entender que decidir no implica cerrar posibilidades, sino iniciar un proceso que puede perfeccionarse. Tomar una decisión inicial y luego afinar detalles es una práctica que mantiene el avance y fortalece la seguridad de la comunidad educativa en su liderazgo. De igual modo, actuar es la mejor manera de superar temores, pues la parálisis genera incertidumbre mientras que la acción abre caminos de mejora continua.

Es importante recordar que no decidir también es una decisión, y con frecuencia una de las más riesgosas. La ausencia de definiciones genera vacíos que otros llenan con incertidumbre, rumores o conflictos. Una dirección que posterga decisiones transmite inseguridad, mientras que aquella que se atreve a definir caminos fortalece la confianza y la cohesión del equipo.

La capacidad de decidir con prontitud y claridad no significa actuar de manera impulsiva, sino con responsabilidad, reconociendo que cada elección debe estar al servicio de la mejora del clima de aprendizaje y del bienestar de la comunidad escolar. Cuando la función directiva asume esta tarea con madurez, se construyen relaciones laborales más sólidas, se fortalecen los equipos docentes y se generan ambientes donde los estudiantes pueden desarrollarse de manera plena.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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