Mitos que frenan el fortalecimiento de la función directiva

El ejercicio de la función directiva, especialmente en el ámbito escolar, suele estar rodeado de ideas preconcebidas que limitan el desarrollo de las personas que asumen esta gran responsabilidad. Una de las creencias más comunes es pensar que quien dirige debe tener todas las respuestas, cuando en realidad, la verdadera fortaleza radica en hacer preguntas valiosas, escuchar a los demás y rodearse de personas con las que se pueda construir una visión compartida. La dirección no es un acto solitario de certezas absolutas, sino un espacio de diálogo, apertura y aprendizaje conjunto que se transforma en una oportunidad para la mejora continua.

Otro mito frecuente es considerar que estar siempre ocupado es señal de productividad. Llenar la agenda de actividades no garantiza que se avance hacia un propósito claro. Lo realmente valioso es identificar qué acciones generan impacto positivo en la comunidad escolar y cuáles contribuyen al fortalecimiento del clima de aprendizaje. La dirección requiere de claridad en las prioridades y de la capacidad de distinguir entre lo urgente y lo verdaderamente importante para la vida escolar.

También suele pensarse que el liderazgo se basa en autoridad y control, cuando en realidad se construye desde la influencia y la confianza. Quien dirige con apertura, delega responsabilidades y permite que otros participen en la toma de decisiones, no solo promueve el trabajo colaborativo, sino que también fortalece las relaciones laborales y contribuye a un clima escolar más armónico. Esto favorece que el personal educativo se sienta parte de un proyecto compartido, lo que impacta de manera directa en la mejora de la convivencia y del ambiente de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.

Otro de los grandes errores es creer que las y los directivos nunca deben fallar. El error, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en un camino de crecimiento. Aprender de las equivocaciones, reconocerlas y ajustarse con humildad fortalece la capacidad de resiliencia y genera un ejemplo poderoso para la comunidad escolar. En lugar de proyectar una imagen de perfección inalcanzable, lo importante es mostrar que cada experiencia, incluso las más difíciles, puede transformarse en aprendizaje y en nuevas oportunidades de mejora.

De igual manera, se suele considerar que mostrarse vulnerable es una debilidad. Sin embargo, quienes se atreven a reconocer sus limitaciones y expresar con honestidad lo que sienten, generan confianza y cercanía. Esta apertura construye un lazo humano más sólido entre la persona que dirige y su equipo, lo que redunda en mejores relaciones laborales y en un ambiente propicio para la mejora del clima escolar.

La falsa creencia de que supervisar de manera rígida evita errores también puede frenar el desarrollo de la comunidad. El exceso de control no solo resta confianza, sino que limita la creatividad y la iniciativa de los docentes. Delegar con claridad, establecer acuerdos y confiar en las capacidades de los demás permite que cada integrante del equipo desarrolle lo mejor de sí mismo y contribuya de manera activa al bienestar escolar.

Otro de los mitos más extendidos es pensar que el liderazgo se mide por carisma. Aunque la simpatía pueda abrir puertas, lo que realmente sostiene la labor directiva es la coherencia, la integridad y la constancia en las acciones. Es la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace lo que logra inspirar al equipo docente y genera un clima de confianza duradero.

Por último, pensar que la dirección es un camino solitario es un error que puede desgastar a cualquier persona. El fortalecimiento del trabajo directivo se logra al construir redes de apoyo, compartir experiencias y aprender de otros. Reconocer la necesidad de pedir ayuda y trabajar de manera colectiva no resta autoridad, al contrario, consolida la capacidad de impulsar una mejora continua en la vida escolar.

Conocer y desmontar estos mitos es clave para que quienes ejercen la función directiva logren fortalecer el trabajo colaborativo, generar mejores relaciones laborales y, sobre todo, crear un ambiente más favorable para el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. La dirección escolar no es un espacio de imposición, sino un proceso de construcción colectiva en donde la confianza, la apertura y la coherencia marcan la diferencia.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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