En el trabajo directivo dentro de los centros escolares, hay decisiones que se toman desde el escritorio, otras desde la norma, algunas desde la urgencia, pero las más trascendentes son aquellas que se toman desde el vínculo humano. Antonio Bolívar (2006) nos recuerda que cuando una persona que ejerce funciones de liderazgo se toma el tiempo de conocer verdaderamente a su equipo, está sentando las bases para construir algo mucho más profundo que un simple cumplimiento de funciones: está generando confianza, reconocimiento mutuo y una cultura profesional compartida.
Este tipo de liderazgo tiene efectos poderosos en la vida cotidiana escolar. Cuando una directora o un director se acerca, escucha y comprende la historia, el contexto y los anhelos de su equipo, deja de ser solo una figura de autoridad para convertirse en una persona que acompaña, que impulsa y que articula los esfuerzos de todas y todos hacia una meta común. Esta actitud fortalece el trabajo colectivo y permite que las decisiones tengan un rostro, una historia y un sentido compartido.
En consecuencia, el clima escolar se transforma. Aumenta el respeto mutuo, disminuyen los conflictos innecesarios, se genera un ambiente más propicio para el diálogo y la colaboración, y el trabajo diario se llena de sentido. Esta mejora en las relaciones laborales incide directamente en el bienestar de las y los estudiantes, pues aprenden en espacios más armónicos, en donde el ejemplo de quienes lideran también educa.
Conocer a la comunidad escolar no es una pérdida de tiempo: es una inversión en humanidad, en cooperación y en esperanza pedagógica. Quien lidera desde la cercanía no solo mejora los resultados del trabajo, sino que mejora las condiciones para que niñas, niños y adolescentes vivan una experiencia educativa más significativa, más digna y más feliz.
Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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