Reflexionar para liderar con humanidad

En la vida de quien dirige una escuela, el ritmo suele ser tan vertiginoso que pocas veces se encuentra el espacio para detenerse, mirar hacia dentro y reconectar con el propósito que anima su labor. Sin embargo, el fortalecimiento del trabajo directivo no puede sostenerse únicamente en la acción permanente ni en la respuesta inmediata a las demandas del entorno. También necesita de pausas conscientes, de momentos íntimos de reflexión personal que le permitan reencontrarse con su sentido profundo como líder educativo.

Boyatzis y McKee (2005) plantean que el directivo requiere espacios de reflexión, no para alejarse del equipo, sino para volver a él con mayor lucidez y humanidad. Esta afirmación encierra una verdad poderosa: solo quien se da el tiempo para pensar en sus decisiones, sus emociones y sus relaciones puede ejercer una conducción más serena, empática y consciente del impacto que genera en los demás.

Reflexionar no es un lujo, es una necesidad. Estos espacios permiten clarificar intenciones, identificar emociones que influyen en el clima escolar, valorar el trabajo colectivo y tomar decisiones más justas y respetuosas. Además, promueven una conexión más profunda con el equipo docente, fortaleciendo los vínculos laborales y favoreciendo una cultura de confianza, respeto y colaboración.

Desde esta perspectiva, el autocuidado del directivo no implica desconexión ni aislamiento. Por el contrario, es una práctica que humaniza el liderazgo, que permite mirar a cada integrante de la comunidad educativa como una persona valiosa, y que contribuye a la mejora del ambiente escolar, beneficiando directamente a niñas, niños y adolescentes que merecen aprender en un entorno cuidado, armonioso y lleno de sentido.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann

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