En la vida de cualquier centro educativo, existen aspectos que resultan evidentes a simple vista: las metas que se persiguen, la estructura organizativa, el uso de herramientas y tecnologías, así como las funciones, tareas, recursos y actividades que se llevan a cabo en el día a día. Estos elementos, al ser fácilmente observables, suelen recibir la mayor atención en el trabajo cotidiano. Sin embargo, para quienes asumen la responsabilidad de dirigir una institución escolar, es fundamental reconocer que hay otra dimensión igual o incluso más determinante: la que no siempre se percibe de manera inmediata, pero influye profundamente en el desarrollo del trabajo y en el ambiente que se construye en la comunidad educativa.
En esta dimensión menos visible se encuentran las necesidades, motivaciones y aspiraciones tanto de docentes como de estudiantes, así como sus valores, intereses, actitudes, percepciones, sentimientos, expectativas y reacciones. Estos elementos, aunque no figuren en un organigrama ni se detallen en un plan de actividades, constituyen la base sobre la que se edifica la dinámica de convivencia, la disposición hacia el aprendizaje y la manera en que se desarrollan las relaciones laborales.
Para quienes ejercen la función directiva, comprender y atender esta parte menos evidente es tan relevante como cumplir con las tareas administrativas o coordinar las acciones académicas. Escuchar, observar y propiciar espacios para el diálogo permite conocer de manera más profunda lo que impulsa o limita la participación de cada integrante de la comunidad escolar. Esto no solo fortalece el trabajo colaborativo, sino que favorece la mejora del clima escolar, impulsa relaciones laborales más armónicas y crea un ambiente propicio para que niñas, niños y adolescentes puedan aprender de manera más plena.
El reto está en equilibrar lo que se ve con lo que no se ve, reconociendo que ambos niveles están interconectados y que el fortalecimiento del trabajo directivo requiere atenderlos de forma complementaria. Así, la dirección escolar no se limita a coordinar actividades visibles, sino que también se convierte en un ejercicio constante de comprensión humana, construcción de confianza y cuidado de los vínculos que sostienen el aprendizaje.
Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann
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