Una de las competencias más relevantes en quienes ejercen la función directiva es la capacidad de ordenar su tiempo con base en prioridades claras, orientadas al bienestar de la comunidad escolar. Como plantea Covey (1989), dedicar tiempo a lo que genera valor para la comunidad no significa rigidez, sino claridad de propósito. Esta distinción es fundamental, sobre todo en contextos escolares donde las múltiples demandas pueden desviar la atención de lo verdaderamente importante.
Cuando una o un directivo organiza su agenda con intención, centrando su atención en lo que impulsa el aprendizaje, la participación y la armonía en la escuela, no solo se vuelve más asertivo en sus decisiones, sino que también inspira a su equipo a hacer lo mismo. De esta manera, se generan sinergias que permiten fortalecer el trabajo colaborativo y construir un ambiente escolar más sereno, respetuoso y orientado al crecimiento común.
El uso consciente del tiempo también es una forma de cuidar el clima escolar. Programar espacios de diálogo, dedicar momentos para escuchar a los docentes, acompañar en aula, y darse tiempo para reflexionar sobre los procesos escolares no son lujos: son prácticas necesarias para nutrir relaciones laborales sanas y construir entornos donde las niñas, niños y adolescentes puedan aprender con mayor libertad, seguridad y entusiasmo.
Esto implica, para la dirección escolar, reconocer que no todo lo urgente es prioritario. Lo prioritario es lo que transforma. Y lo que transforma, casi siempre, está relacionado con el vínculo humano, la confianza institucional, la mejora de las prácticas pedagógicas y la creación de comunidades que aprenden juntas. Así, dedicar tiempo a lo importante es una forma de liderar con sentido y al servicio de quienes más lo necesitan.
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