Conducir una escuela no es únicamente tomar decisiones organizativas o diseñar estrategias para resolver problemáticas. También es escuchar, observar y, sobre todo, comprender. Comprender que detrás de cada integrante del equipo docente, del personal de apoyo y de cada estudiante, hay emociones, experiencias y contextos que influyen directamente en el desarrollo de sus tareas y relaciones.
Daniel Goleman (1995) nos recuerda que quien dirige con empatía es capaz de escuchar más allá de las palabras, de percibir lo que no siempre se dice, pero sí se siente. Este tipo de liderazgo emocionalmente inteligente es fundamental en los centros escolares, donde el trabajo es profundamente humano y relacional. La capacidad de conectar con los estados emocionales del equipo de trabajo y responder con sensibilidad permite crear un ambiente donde las personas se sienten comprendidas, valoradas y respaldadas.
Este tipo de escucha empática y acción sensible no debilita el papel del directivo, al contrario, lo fortalece. Construye puentes de confianza que sostienen la colaboración, reduce tensiones innecesarias y previene conflictos. Cuando hay un liderazgo empático, el clima escolar mejora de manera natural, las relaciones laborales se vuelven más sanas y se favorece un ambiente en el que niñas, niños y adolescentes pueden aprender con mayor bienestar y sentido de pertenencia.
En un mundo educativo cada vez más demandante, la empatía no debe ser vista como una característica opcional, sino como una competencia imprescindible. Escuchar con atención, actuar con sensibilidad y liderar con humanidad no son gestos menores, son prácticas profundas que transforman las relaciones escolares y abren caminos hacia una comunidad educativa más consciente y solidaria.
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