El liderazgo en la escuela no se construye únicamente desde los libros o las teorías, sino desde la experiencia vivida, desde cada situación que reta, cada decisión que deja huella y cada encuentro que transforma. La práctica cotidiana es, en sí misma, una fuente inagotable de aprendizaje para quienes ejercen la función directiva. Pero ese aprendizaje solo cobra verdadero valor cuando se convierte en reflexión, en conocimiento útil que guía y mejora las decisiones futuras.
Las directoras y los directores que se detienen a pensar en lo que han hecho, en lo que ha funcionado y en lo que se puede mejorar, están dando un paso fundamental hacia un liderazgo más consciente y más humano. Esa capacidad de transformar la experiencia en sabiduría práctica fortalece su labor, enriquece el trabajo colectivo y permite generar condiciones más justas y equitativas en el día a día escolar.
David A. Kolb (1984) nos recuerda que el aprendizaje experiencial es una vía poderosa para crecer como líderes. No se trata de acumular años, sino de aprender de ellos. Y es precisamente esa reflexión constante la que mejora las relaciones laborales, permite tomar decisiones más acertadas, fortalece la cultura institucional y crea un ambiente escolar más favorable para el desarrollo integral de niñas, niños y adolescentes.
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