En el contexto escolar, el liderazgo auténtico no nace del cargo, ni de la autoridad que otorgan los nombramientos formales. Surge desde el interior de quien dirige, desde su capacidad de conocerse, comprenderse y gestionarse emocionalmente para actuar con coherencia, empatía y sentido. Como lo plantea Northouse (2016), el autoconocimiento emocional es la puerta de entrada a un liderazgo auténtico, congruente y cercano.
Para quienes ejercen la función directiva, esto no es un detalle menor. Conocerse emocionalmente implica reconocer fortalezas, límites, reacciones habituales, necesidades personales y maneras de relacionarse con los demás. Esta conciencia emocional permite tomar decisiones más humanas, establecer vínculos más sólidos con el equipo y generar un ambiente de trabajo en el que la confianza y la claridad emocional son parte de la cultura institucional.
Cuando una directora o director se lidera primero a sí mismo, está en mejores condiciones para fortalecer el trabajo directivo desde el respeto, el equilibrio y la congruencia. Esa actitud se irradia hacia el equipo, favorece la mejora en el trabajo colaborativo, genera relaciones laborales más saludables y abre paso a un ambiente escolar donde prevalece la escucha, el respeto mutuo y la autenticidad.
Todo esto repercute, sin duda, en el bienestar y en el desarrollo de las niñas, niños y adolescentes. Una escuela emocionalmente equilibrada ofrece un entorno más estable para el aprendizaje, más sensible ante las necesidades del alumnado y más propenso a construir climas de convivencia positiva.
Un liderazgo emocionalmente consciente no solo transforma la manera de dirigir, sino también la manera de vivir la escuela. Es, en definitiva, una apuesta por el crecimiento de todos, desde adentro hacia afuera.
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