En cada centro educativo, el ambiente que se respira no surge al azar. Se construye día a día en los pasillos, en las aulas, en las reuniones, en los silencios y en las conversaciones. Es el resultado de las interacciones, de los valores compartidos, de la forma en que se toman decisiones y de cómo se enfrentan los conflictos. Pero más allá de ser solo un reflejo de la cultura escolar, ese clima es también una herramienta poderosa que puede transformar las relaciones, los aprendizajes y la experiencia escolar de toda la comunidad.
Las y los directivos que reconocen el valor estratégico del ambiente organizacional saben que construir una cultura escolar positiva no se trata únicamente de establecer normas, sino de fortalecer vínculos, promover la escucha activa, generar confianza y crear condiciones donde todas y todos se sientan valorados. Esto repercute directamente en la manera en que se trabaja en equipo, se resuelven los problemas y se avanza hacia objetivos compartidos. Además, un entorno favorable favorece el bienestar docente, fortalece las relaciones laborales y amplía las oportunidades de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.
Como lo plantea E. H. Schein (2010), el ambiente organizacional no solo refleja lo que es una escuela, sino que también permite moldear lo que puede llegar a ser. Por ello, poner atención en este aspecto es una de las decisiones más valiosas que puede tomar una dirección educativa comprometida con el presente y el futuro de su comunidad.
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