En el contexto educativo, especialmente en los espacios escolares donde se desarrolla la labor directiva, resulta esencial reconocer los signos que indican que algo no está funcionando adecuadamente en la cultura organizacional. La cultura escolar, entendida como el conjunto de creencias, prácticas, formas de relación y clima que se respira al interior de una institución, tiene un impacto directo en la convivencia, en el bienestar del personal, y en la posibilidad de construir entornos propicios para el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.
Una primera señal de alerta aparece cuando el personal muestra poco interés en participar en los espacios de consulta o diálogo institucional. Esta apatía puede reflejar una desconexión emocional con los objetivos comunes, una pérdida de sentido de pertenencia o una falta de confianza en que su voz será valorada. Asimismo, cuando nadie da retroalimentación, o no se generan espacios donde sea posible compartirla de manera constructiva, el resultado es un ambiente en el que el silencio predomina sobre el crecimiento, y donde los errores o los logros no se convierten en oportunidades para mejorar.
Otro indicador relevante es la falta de confianza para acercarse a quienes ejercen funciones de liderazgo. Cuando los equipos sienten que no pueden hablar con quienes toman decisiones, se rompe una de las bases más importantes del trabajo escolar: la comunicación horizontal y respetuosa. Esto afecta directamente la mejora del clima escolar y la posibilidad de generar proyectos compartidos que respondan a las necesidades reales del entorno.
La alta rotación del personal en los primeros meses es otra señal crítica. Esta situación, lejos de ser solo un dato estadístico, habla de un contexto poco acogedor, donde quizá no se brindan condiciones para la integración plena de quienes se incorporan, generando inestabilidad y desconfianza en los equipos. Esto afecta no solo a quienes se van, sino a quienes permanecen, pues se instala una sensación de provisionalidad e incertidumbre.
Cuando se observa que las personas hacen solo lo necesario, sin involucrarse más allá de sus tareas mínimas, se pierde la riqueza del compromiso genuino. El trabajo educativo, especialmente desde la dirección, necesita de la energía creativa, del entusiasmo compartido y de la convicción de que lo que se hace tiene impacto. Esa falta de involucramiento puede estar relacionada con la ausencia de un propósito claro o de una visión institucional que inspire.
Finalmente, la desconexión entre quienes dirigen y quienes operan las actividades cotidianas puede generar una ruptura en la cohesión del colectivo escolar. Esta distancia impide que las decisiones sean pertinentes, que los acuerdos sean respetados, y que se construya una cultura de trabajo colaborativo basada en el reconocimiento mutuo y en la escucha activa.
Para quienes asumen la función directiva, identificar estos indicadores no debe interpretarse como señal de fracaso, sino como una oportunidad para reflexionar, escuchar y reconectar con la comunidad escolar. El fortalecimiento del trabajo directivo pasa necesariamente por reconocer estas realidades, generar espacios de diálogo sincero, promover el sentido de propósito compartido, y sobre todo, cuidar el bienestar de quienes forman parte de la escuela. Solo así será posible avanzar en la mejora del clima escolar y en la creación de un ambiente seguro, estable y enriquecedor para el aprendizaje de nuestras niñas, niños y adolescentes.
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