En el ámbito educativo, solemos hablar mucho del compromiso, del ejemplo y de la vocación de quienes dirigen las escuelas. Sin embargo, poco se dice sobre el valor que tiene el autocuidado como una forma de responsabilidad con la comunidad que se acompaña. Simon Sinek (2009) señala con claridad que cuidar la salud física no es un acto de egoísmo por parte del directivo, sino una muestra de compromiso con quienes dependen de su guía, su presencia y su temple.
El liderazgo en la escuela implica estar disponibles, atentos y emocionalmente estables. Pero esta disponibilidad no puede mantenerse si se descuida el cuerpo. Una persona que dirige con agotamiento, estrés crónico o sin espacios para el descanso, difícilmente podrá inspirar, contener o tomar decisiones que favorezcan el fortalecimiento del trabajo colaborativo o la mejora continua. Por el contrario, cuando el directivo cuida de su salud física, está creando las condiciones para sostener su rol de manera más plena, con mayor claridad, energía y empatía.
Este acto de conciencia y responsabilidad tiene efectos muy concretos: mejora el clima escolar, fortalece las relaciones laborales, y permite que las niñas, niños y adolescentes encuentren una escuela organizada, serena y acogedora, donde el bienestar del equipo adulto también se refleja en el ambiente de aprendizaje.
Reconocer que el cuerpo también necesita ser atendido no es debilidad; es madurez profesional. Y desde ahí, se construye una dirección más humana, más cercana, más consciente del impacto que tiene cada decisión, cada palabra, cada gesto… y cada paso.
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