Autoridad que construye, no que somete

En los entornos escolares, la manera en que se ejerce la autoridad tiene un profundo impacto en el clima de trabajo, en la cohesión del equipo y, sobre todo, en la experiencia de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Quienes asumen la dirección de una escuela no solo cumplen una función administrativa o normativa: representan una figura de referencia que puede generar confianza, promover el diálogo y fomentar relaciones humanas basadas en el respeto mutuo.

Dirigir con respeto significa reconocer la dignidad de cada persona, sin importar el cargo que ocupe. Significa que las decisiones se toman con claridad, pero también con sensibilidad. Que las diferencias se abordan sin autoritarismo. Que el acompañamiento se ofrece desde la escucha, no desde el juicio. Que los errores se transforman en oportunidades para crecer, no en motivos para señalar. En suma, que se lidera desde la humanidad, no desde la imposición.

Weinstein (2011) lo expresa con contundencia: ejercer autoridad no debe ser sinónimo de humillar, sino de dignificar. Esta idea, lejos de ser idealista, es profundamente transformadora. Las y los directivos que logran generar esta forma de autoridad basada en el respeto se convierten en referentes de coherencia, justicia y cercanía. No sólo resuelven conflictos con mayor sabiduría, también inspiran al equipo a trabajar con entusiasmo, compromiso y confianza.

En las escuelas donde se construye este tipo de liderazgo, florecen relaciones laborales más sanas, el ambiente es más armonioso y los aprendizajes son más significativos. Porque cuando se trabaja en un espacio donde la autoridad se ejerce con respeto, se libera el potencial de todas y todos los que forman parte de la comunidad educativa.

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