La labor docente es una de las tareas más complejas dentro de los centros escolares. Enseñar no es un acto mecánico ni rutinario, sino una práctica profundamente humana que exige sensibilidad, conocimiento, compromiso y, sobre todo, acompañamiento respetuoso por parte de quienes tienen una función directiva.
Michael Fullan (2007) nos recuerda que acompañar al docente implica reconocer la complejidad de su tarea y ofrecer apoyo genuino, no juicio. Este planteamiento, lejos de ser una consigna teórica, se convierte en una guía esencial para quienes ejercen liderazgo en las escuelas. Brindar apoyo al profesorado desde una mirada empática y comprometida no solo fortalece el ejercicio de la función directiva, sino que impacta positivamente en el trabajo en equipo, mejora el clima escolar y genera relaciones laborales más saludables y colaborativas.
Cuando las y los directivos asumen el acompañamiento como parte de su quehacer cotidiano, se fomenta un ambiente en el que se valora la mejora continua, se promueve la reflexión conjunta y se construyen puentes de diálogo entre todos los actores educativos. Esto no solo beneficia al personal docente, sino que incide directamente en la creación de entornos más cálidos, seguros y propicios para el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes.
Una dirección escolar que acompaña y no fiscaliza, que escucha antes de señalar, y que construye junto con su equipo de trabajo, es una dirección que transforma. Por eso, conocer, reflexionar y actuar con base en esta premisa resulta clave para quienes ya dirigen, están por asumir el rol directivo o aspiran a hacerlo. Porque en la educación, el acompañamiento verdadero no es un lujo, sino una necesidad.
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