En el camino de quienes asumen la responsabilidad de dirigir una escuela, es fundamental comprender que el verdadero liderazgo no se basa en imponer, sino en inspirar. Daniel Goleman, experto en inteligencia emocional, nos recuerda que liderar no es dominar, sino persuadir a las personas para trabajar hacia una meta común, haciendo de la inteligencia emocional un elemento central en este proceso.
Esta visión del liderazgo es especialmente importante en el contexto educativo, donde el fortalecimiento del trabajo colaborativo, el desarrollo de un ambiente de respeto y confianza, y la mejora del clima escolar son esenciales para alcanzar mejores resultados en el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Quienes ejercen la función directiva no solo organizan o administran, sino que tienen en sus manos la posibilidad de construir comunidades escolares más empáticas, solidarias y comprometidas.
Cuando las directoras y directores promueven un liderazgo basado en la persuasión y en la comprensión emocional de su equipo, se favorecen relaciones laborales más armónicas y se potencia el compromiso genuino de cada persona con el proyecto educativo común. Esto, a su vez, impacta de manera positiva en la mejora del ambiente escolar y en la construcción de espacios donde el aprendizaje se vive con entusiasmo, curiosidad y sentido de pertenencia.
Así, la tarea de liderar una escuela trasciende las tareas cotidianas: se convierte en un ejercicio constante de motivar, de acompañar y de generar confianza. En este contexto, el cultivo de habilidades como la escucha activa, la empatía y la capacidad de gestionar emociones no solo fortalecen el trabajo directivo, sino que también siembran la semilla de un entorno educativo más humano, donde cada estudiante puede crecer y aprender en un espacio que reconoce y valora su dignidad. Porque la educación es el camino…
