Entre Flores y Recuerdos: Eternidad en el Día de Muertos

En una narrativa atemporal y un círculo sin fin, la conexión con nuestros ancestros se siente profundamente durante los primeros días de noviembre. Estos días, marcados por el Día de Muertos, son un testimonio de la influencia perenne de quienes han partido hacia el más allá. En la trama de nuestra existencia, están entrelazadas las fibras de lo que fuimos, somos y seremos, todas tejidas por las manos de aquellos que nos precedieron. No somos solo una suma de individuos aislados; somos la continuidad de una historia colectiva, un mosaico de vidas pasadas que conforman nuestra identidad.

Somos el reflejo de agricultores que surcaron la tierra, amas de casa que tejiendo el día a día construyeron el tejido de la sociedad, maestros que compartieron la luz del conocimiento, cazadores que siguieron los rastros de la vida en el silencio del bosque, carpinteros cuyas manos transformaron la madera en arte, nómadas que leyeron el cielo como un libro abierto, sacerdotes que dialogaron con los dioses, guerreros cuyo valor se mezcló con la tierra, y misioneros y recolectores que expandieron horizontes. Todos ellos resuenan en nuestras convicciones y decisiones, en los recuerdos que nos visitan como déjá vus, en una memoria histórica personal que nos distingue y a la vez nos une.

En cada uno de nosotros, los ancestros continúan su existencia; sus logros y errores forman parte de nuestra conciencia colectiva, pero también lo hace su amor y sus pasiones. En estos días dedicados a los muertos, su presencia se intensifica, palpable y casi tangible. Los altares de muertos se erigen como puentes entre los vivos y aquellos en el más allá, las fotografías se convierten en ventanas a momentos compartidos, los recuerdos se vuelven narradores de historias pasadas, y nuestra memoria actúa como un santuario donde se preserva su esencia.

Los rituales, las ofrendas, la comida, las flores de cempasúchil, y las velas que iluminan los caminos, no son más que símbolos de una relación eterna, una conversación que desafía las barreras de la mortalidad. Al recordar a los que se han ido, les damos nueva vida; viven no solo en nuestros corazones, sino también en ese plano espiritual donde, según nuestras tradiciones, nos observan y nos aman. Durante el Día de Muertos en México, celebramos la dicha de su visita espiritual y acogemos con gratitud la esencia de su legado.

Este Día de Muertos, en cada rincón de México, los vivos y los muertos danzan juntos en una celebración que es tanto un homenaje como una afirmación de la vida. La muerte, lejos de ser un fin, es un punto en el ciclo continuo, un compás que marca el ritmo de la memoria colectiva. La alegría y el colorido de nuestras tradiciones reflejan la convicción de que mientras recordemos a quienes han partido, su luz nunca se extinguirá, y así, a través de nuestras palabras, actos y recuerdos, aseguramos que su presencia perdure por siempre en el corazón de México.

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann.

Doctor en Gerencia Pública y Política Social y miembro de la Asociación de Editorialistas de Chihuahua

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manuelnavarrow@gmail.com

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