El debate

“El debate es el intercambio de conocimientos; la pelea es el intercambio de ignorancia.” – Robert Quillen

El cierre del primer debate en la contienda para la presidencia de la República en el marco de la elección mas grande de la historia de México ha generado reacciones encontradas, mezclando sensaciones de expectativa y desilusión. La estructura rígida y los limitados tiempos de intervención remiten a una era donde la estética predominaba sobre la esencia, restringiendo las oportunidades para un auténtico diálogo de ideas. Esta metodología tradicional nos condena a enfrentar un dilema donde prevalecen las posturas partidistas sobre las propuestas sustanciales. No obstante, los sondeos indican una tendencia clara, colocando a Claudia en una posición de liderazgo destacado, un escenario que parece consolidarse según análisis de Oraculus/Grupo Fórmula y Polls.mx.

La noche anterior se caracterizó más por un intercambio de ataques personales que por un espacio de debate serio y profundo. Surge, por tanto, la imperiosa necesidad de debates enfocados en temas específicos que permitan una comparativa directa de las distintas opciones políticas. La modernización de los formatos de debate y la inclusión de tecnologías avanzadas podrían ser fundamentales para lograr este objetivo.

Es crucial reflexionar sobre nuestros procesos de pensamiento para reafirmar nuestros puntos de vista de manera consciente, evitando caer en la trampa de la disonancia cognitiva y las cámaras de eco. La disonancia cognitiva, concepto introducido por Leon Festinger en los años 50, describe la tensión que experimentamos al mantener creencias contradictorias o al actuar de forma incongruente con ellas. Este fenómeno motiva a las personas a modificar sus actitudes o comportamientos para aliviar esta tensión, lo que a su vez fomenta el sesgo de confirmación. Este sesgo, exacerbado en las redes sociales, nos empuja hacia una polarización al limitar nuestra exposición a opiniones divergentes, gracias a algoritmos que prefieren mostrarnos contenido que coincide con nuestras interacciones previas.

En este contexto de disonancia cognitiva y cámaras de eco, potenciado por el papel dominante de las redes sociales en la conformación de nuestras opiniones sin ofrecer contrapuntos, los debates deberían servir como foros para la introspección y el análisis crítico. Sin embargo, investigaciones de Vincent Pons y Caroline Le Pennec sobre el impacto de los debates televisados en las elecciones desde 1952 sugieren que su efecto en la intención de voto es limitado, quedando opacado por otras fuentes de información y eventos significativos, como se documenta en www.nber.org/papers/w26572.

Por lo tanto, mientras reflexionamos sobre estas dinámicas, nos aproximamos a la realidad de que, independientemente de quién sea percibido como el ganador o perdedor de estos debates, el verdadero veredicto se emitirá el próximo dos de junio. Será entonces cuando cada elector, armado con sus propias perspectivas y preferencias, decidirá en las urnas. ¿Qué opinas al respecto?

Dr. Manuel Alberto Navarro Weckmann. Doctor en Gerencia Pública y Política Social.

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